El liderazgo es una labor bastante complicada, de hecho, más complicada de lo que parece ser. Además, así como es de complicada, también es de importante, pues con ella impactas a muchas personas. No es una labor individual, como aquellas en las que el único beneficiado o perjudicado de sus operaciones es la persona que la realiza. En este caso, todos aquellos quienes te rodean o son liderados, se ven afectados para bien o para mal por tu manera de ejercer esta labor.
Es por ello que todo aquel que desee ser líder de alguna organización, empresa, grupo o lo que sea, debe cuidar con extremada minuciosidad desde los más mínimos detalles, hasta los más evidentes de su persona y su manera de actuar. Ahora bien, uno de los detalles más importantes que se deben cuidar es el estado de ánimo, pues las personas acostumbran a traducir su estado de ánimo en acciones y comportamientos ad hoc al mismo.
Por ejemplo: si alguien está enojado, probablemente responda de mala gana, no haga sus labores y esté un poco agresivo; o si alguien está muy alegre, puede que ceda el paso, esté más servicial de lo normal e intente ayudar en todo lo que pueda.
No está mal tener un mal día y llegar un poco enojado al trabajo, sin embargo, para un líder sí está mal. El líder no puede permitirse malos días. Como te dije anteriormente, todas las personas que tengan cargos en los que muchas personas se vean implicadas en el mismo, contagian su estado de ánimo, manera de hacer las cosas y crean un ambiente de acuerdo a lo que está pasando con ellos mismos. Es lo que George Herbert Mead llama significant others, o bien, los interlocutores relevantes.
Así como las ideas se transmiten intelectualmente, el carácter se comunica por contagio existencial. El hecho de que un líder haya tenido un mal día y asista de mala cara a la oficina, es peor que si no hubiera asistido, pues inmediatamente llegue, se contagiará su mal carácter con todos los demás, generando un ambiente hostil y poco productivo. De igual manera si llega triste o deprimido, el ambiente se tornará un poco menos energético y la eficiencia disminuirá.
Es requerido que el líder sea aquello que quiere que los demás sean. Aunque no lo creas, las organizaciones son un reflejo de la persona que las lidera. Si es un mal liderazgo probablemente nunca crezca. Pero si es uno bueno, es posible que se encuentre entre los mejores lugares para trabajar o entre las empresas más exitosas y grandes del mundo.
El ser líder es como ser padre. Al igual que los padres tienen a sus hijos, los crían y los ven crecer para dejarlos ir algún día, los líderes tienen sus empresas, las fundan, las crecen y las dejan ir algún día. Si un padre es agresivo con sus hijos, llega siempre de mala cara, usa mal lenguaje, es borracho y cualquier otra conducta inadecuada, muy probablemente sus hijos terminen igual. Sin embargo, si es un padre que siempre, a pesar de que haya tenido un mal día, llegue a casa con buena cara, pase buenos momentos, eduque correctamente a sus hijos y los ayude a desarrollar buenos hábitos, es muy probable que estos niños en el futuro sean grandes personas.
La conducta del líder o el interlocutor relevante es un arma de doble filo. Si se cuida y fortalece todos los días, la organización tendrá éxito y sus colaboradores lograrán ser felices con su trabajo; de lo contrario, si de descuida y se vuelve algo desapercibido o de importancia menor, muy probablemente la empresa sea un mal lugar para trabajar, con empleados infelices y resultados mediocres.
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