El hombre siempre ha querido ser capaz de predecir el futuro o, al menos, estar lo mejor informado posible para tomar decisiones de manera acertada.
Desde el principio de los tiempos el ser humano quiso guardar la información de las mejores maneras que le fuera posible. Ya en la etapa paleolítica se la empieza a preservar mediante dibujos en las paredes de las cuevas. Por ejemplo, las imágenes que aún se conservan en las cuevas de Lascaux en Francia y de Altamira en España se considera que representan una cacería y el posterior reparto de lo cazado. No solo tenía objetivos mágicos para propiciar el éxito futuro en la caza, si no también se dejaba un precedente de un acontecimiento particular. Se empezaba a llevar, de algún modo, el control de la población y el reparto de la riqueza.
En Egipto aparece el papiro, material mucho más preservable y transportable que las tablillas y en el que se podía fijar la información pintando jeroglíficos. Allí se reflejaron registro de propiedad, producción, catastros, cuentas, instrucciones de momificación, recomendaciones para pasar de la mejor manera al mundo de los muertos y listas de reyes.
No obstante, los griegos y los romanos querían salvaguardar aún más su información y optaron por la escritura en piedra y muchos de los datos esculpidos eran públicos. Ellos guardaban Actas del Consejo de Gobernación, listas de ciudadanos, documentación patrimonial y tratados con otras ciudades. Un excelente ejemplo de esto es el Tabularium romano, piedra que muestra el Acta Central de Roma. Se encontraba en el Foro a lado del Senado. Guardaba leyes de territorio, administración económica y control del servicio militar. Además, en cada casa se tenía un Tablinum, también tallado en piedra y situado al lado del altar de los dioses familiares, que era un archivo familiar.
Los chinos, siempre tan prácticos y pensando en la transportabilidad de la información, ya desde el siglo II crean el papel y empiezan a usar la tinta para escribir sobre él. Allí transcribían, entre múltiples informaciones, el registro de las dinastías de emperadores con etapas de auge y declive.
Sigue avanzando la humanidad y los visigodos piensan que la información debe ser editable y crean el Thesaurus, donde se guardaba información del rey, códigos, tratados internacionales y privilegios feudales. Se escribía sobre pizarra, lo que permitía que se borrara y se volviera a escribir. Llevando con ello todo lo positivo y negativo que eso implica. Ellos crearon dos herramientas archivísticas: los Registros y los Cartularios.
Más adelante, en la Europa del siglo XVI aparece el concepto de Archivos de Estado que concentran todos los fondos documentales dispersos. Maximiliano I de Habsburgo tuvo la brillante idea de centralizarlos en la ciudad de Innsbruck. Idea que no les gusto a muchos y que no necesariamente cumplimentaron. Entonces, llega trepidante la Revolución Francesa, al grito de “Liberté, egalité y fraternité”, y, como transformación, al fin y al cabo, también produce una revolución en la documentación.
Aunque Fouché, el genio tenebroso de esa época, mantuviera oculta y en su poder mucha de la información recopilada de cada persona importante, hecho que le garantizaría llegar con vida a la avanzada edad de 60 años (para esos tiempos) y ser el único que, entre todos los funcionarios de esa convulsa etapa, murió tranquilamente en su cama. Él había descubierto el gran poder de la información y lo utilizó para su provecho y seguridad durante toda su vida.
Poco tiempo después Napoleón pretendió concentrar en París los archivos de los diversos países europeos, aunque no tuvo mucho éxito en su empresa. Sigue avanzando el Siglo XIX y se empiezan a depositar en los archivos soportes distintos al papel, como la fotografía o la microforma.
En ese momento llega el inicio del siglo XX y con él la creación de redes de cooperación y de sistemas de archivos. La Segunda Guerra Mundial marca el despegue de la archivística por la necesidad de investigar y difundir el conocimiento y la expansión de la democracia como modelo de organización social. También surge la computación, removiendo al mundo desde sus cimientos, con toda la modificación del registro de información que conlleva.
La fotografía y el cine se convierten en medios que coadyuvan a preservar la información. Llegan las tarjetas perforadas, las cintas de papel, las cintas magnéticas, los discos duros, los disquetes externos, los zip y las llamadas memorias USBs (tan fáciles de extraviar). Pero al hombre no le basta, necesita estar más conectado y surge Internet y con él, ya en nuestro siglo, los dispositivos inteligentes interconectados. Tampoco le alcanza el espacio de memoria de un disco duro, interno o externo, por grande que sea este, ni muchos servidores y se conecta a la nube para guardar su información y tenerla accesible en todo momento y lugar.
Y todos pensábamos que el big data era algo nuevo… La historia siempre nos sorprende.
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