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Escrito por Rocío Gómez Ruiz
en marzo 10, 2020

En un libro de sermones publicado en 1766, Sermones para mujeres jóvenes, el clérigo inglés Dr. Fordyce advierte que el deseo de  estudiar filosofía abstracta resulta ‘masculino’ en una mujer (el autor orienta a las jóvenes a mejor procurar ser  mansas y dóciles, “como suaves corderos”).  

 

La aplicación de este adjetivo al quehacer filosófico no es fortuito ni insignificante.  Las páginas de la historia de la filosofía están plagadas de metáforas y alusiones directas que asocian  lo racional, lo abstracto y lo objetivo con el hombre. Por contraste la mujer se asocia con lo material,  lo irracional y lo caótico. La tradición filosófica parece sugerir que la filosofía en sí, las normas de la racionalidad e imparcialidad, excluye todo lo relacionado con la mujer. 

 

En las últimas décadas, filósofas feministas han criticado  las caracterizaciones negativas de la mujer y lo femenino dentro del canon filosófico (véase la definición aristotélica de la mujer como ‘macho deforme’).  Por otro lado, se han dedicado a la tarea de rectificar la omisión histórica del pensamiento filosófico de mujeres. No es solo que la mujer ha sido relegada a un segundo plano dentro de las teorías de filósofos como Aristóteles y Schopenhauer: la mujer filósofa ha sido relegada a un segundo plano dentro de la tradición filosófica.

 

El proyecto feminista ha elevado las contribuciones de mujeres que, contraviniendo indicaciones como las de Fordyce,  se dedicaron a la filosofía: Hannah Arendt, Simone de Beauvoir y la madre del feminismo filosófico: Mary Wollstonecraft. 

 

Los orígenes del feminismo filosófico

 

La pregunta sobre la supuesta inferioridad de la mujer, la Querelle des femmes,  fue objeto de numerosos debates intelectuales a partir del advenimiento del humanismo renacentista. En 1405, una poetisa francesa llamada Christine de Pizan, publicó una de las primeras obras en defensa de la mujer, Le livre de la cité des dames (1401). El siglo XVII marcó un parteaguas en este debate. Una serie de autores (hombres y mujeres) atacaron la noción de que la subordinación de la mujer estuviera basada en una inferioridad natural, argumentando que el problema radicaba en una educación desigual. Entre estos:  ‘Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres’ (1622) de Marie de Gournay; Dissertatio Logica (1638) de Anna Maria van Schurman; Serious Proposal to the Ladies for the Advancement of their True and Greatest Interest (1694) de Mary Astell y  On the Equality of the Two Sexes (1673) de François Poulain de la Barre.

 

Un siglo después, Mary Wollstonecraft publicaría Vindicación de los derechos de la mujer (1792), una defensa ilustrada de la igualdad entre los sexos que, como señala Tomaselli, retiene mucha de su radicalidad original.

 

Wollstonecraft nació en 1759 en el seno de una familia de clase media. En la década de los 80 contribuyó regularmente al  Analytical Review, una publicación ilustrada fundada por el editor radical Joseph Johnson. A través de Johnson, comenzó a frecuentar un círculo de intelectuales radicales que incluía a el activista político Thomas Paine, la poetisa romántica Anna Barbauld y a su futuro esposo, el filósofo William Godwin. Pese a la oposición ideológica de Godwin al  matrimonio, se casaron en marzo de 1797 cuando Wollstonecraft quedó embarazada de su única hija, Mary Shelley: la futura autora de Frankenstein (1818). 

 

Entre el círculo de intelectuales radicales en el que se movían Godwin y Wollstonecraft,  Vindicación de los derechos de la mujer fue recibido con entusiasmo.  Lo mismo no puede decirse del resto del público georgiano. Horace Walpole, el conservador autor de la popular novela gótica El castillo de Otranto (1764), famosamente se refirió a Wollstonecraft como ‘una hiena con enaguas’. La negatividad de su imagen pública sólo empeoró cuando,  tras su prematura muerte en noviembre de 1797, su esposo publicó una retrospectiva de su vida, Memorias de la autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1798) . Godwin no omitió detalles no solo sobre su propia relación premarital con Wollstonecraft, sino también la relación previa que esta había tenido con Gilbert Imlay. El escándalo ocasionado por estas sórdidas revelaciones oscureció su legado filosófico y literario. Vindicación de los derechos de la mujer no tuvo reimpresión hasta 1844. Cuando, en 1814, su hija Mary se escapó con el  poeta romántico Percy Shelley, el público  no tardó en culpar a los principios feministas de su madre por la inmoralidad de la joven. A principios  del siglo XX, figuras como la sufragista Millicent Fawcett y la autora Virginia Woolf rehabilitaron la imagen pública de Wollstonecraft y la convirtieron en un ícono feminista.

 

La obra filosófica de Wollstonecraft se caracteriza, según Lindemann, por una ‘prosa apasionada’ aunada a una ‘lógica rigurosa’. La rigurosidad de su pensamiento es notable, particularmente por que, a  diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, Wollstonecraft carecía de educación formal. Según señala Lindemann, al corazón de la filosofía de Wollstonecraft se encuentra una teoría sobre la naturaleza humana. Para Wollstonecraft, la razón es la característica distintiva de la humanidad:

 

“¿En qué consiste la preeminencia del hombre sobre la creación animal? La respuesta es tan clara como que una mitad es menos que un todo: en la Razón.  ¿Qué dotes exaltan a un ser sobre otro? La virtud, replicamos con Espontaneidad. ¿Con qué propósitos se implantaron las pasiones? Para que el hombre, al luchar contra ellas, pudiera obtener un grado de conocimiento negado a los animales, susurra la Experiencia.” (Vindicación,p.10)

 

De esto se sigue que, si existen seres humanos que no exhiben raciocinio, la causa debe yacer en la sociedad y sus instituciones y no en la naturaleza.  Para Wollstonecraft, ni el sexo ni la clase social son factores determinantes de capacidades. 

 

Wollstonecraft escribió la Vindicación de los derechos de la mujer, en parte, como respuesta a las Reflecciones sobre la revolución francesa (1790) de Edmund Burke.  Burke criticaba los ideales de la revolución, argumentando que  el fortalecimiento de una sociedad dependía de la estabilidad de sus estructuras heredadas. La intención de la obra cumbre de Wollstonecraft era defender los ideales ilustrados frente a las imputaciones de Burke. En esto, se asemejaba  a obras contemporáneas como Los derechos del hombre (1791) de Thomas Paine. Pero el argumento de Wollstonecraft es único en tanto que va un paso más allá y defiende que los derechos de la mujer son iguales a los del hombre.

 

Lindemann indica que, si bien Wollstonecraft no emplea la terminología que distingue entre  ‘género’ y ‘sexo’, claramente utiliza el concepto. En cuanto a diferencias naturales entre los sexos, señala por ejemplo, que ‘ en el gobierno del mundo físico se puede observar que la mujer, en cuanto a fuerza, es, en general, inferior al hombre. Es ley de la Naturaleza y no parece que vaya a suspenderse o revocarse en favor de la mujer.’ (p.3) Todas las demás diferencias deberán atribuirse a los efectos de la socialización. 

 

En su defensa de la igualdad de los sexos, Wollstonecraft no solo proporciona argumentos filosóficos, sino también recomendaciones políticas. Por ejemplo, en el capítulo 12, ‘Sobre la educación nacional’, aboga por un sistema de educación nacional de escuelas mixtas.  Falco resalta la absoluta radicalidad de esta propuesta: tal sistema nacional de educación no existía en ningún lugar de Europa, para niños o niñas, mucho menos mixto. Además, Wollstonecraft argumenta que proporcionarle a la mujer el derecho y la habilidad de mantenerse económicamente es  esencial para su dignidad. Impedirle a la mujer el acceso a una ciudadanía completa, mantiene con vehemencia, va en detrimento del liberalismo, el humanismo y la sociedad en general.

 

Las opiniones del Dr. Fordyce eran lugar común en su época. La mujer es criatura dócil,  débil por naturaleza. Se refugia en lo privado, rehúye a la labor intelectual, rechaza el trabajo pesado y  las exigencias públicas. Fuerte viene el reclamo de Wollstonecraft: si una mujer no piensa por sí misma, si es tímida, dócil, superficial  o sumisa, es por que así la ha entrenado la sociedad.  

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 1 Ver: Dickinson, H.T,  ‘Radicals and Reformers in the Later Eighteenth Century’ en The Politics of the People in Eighteenth-Century Britain (Londres: Palgrave Macmillan, 1994),  pp 221-254

 2 Carta a Hannah More (26 de enero de 1795)

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Referencias:

Falco, María (ed), Feminist Interpretations of Mary Wollstonecraft, (University Park: Penn State University Press, 1995).

Fordyce, James. Sermons To Young Women (Londres: 1766)

Lindemann, Kate,  ‘Mary Wollstonecraft’, en A History of Women Philosophers, Volume 3 (1600-1900), Mary Ellen Waithe (ed) (Springer, 1991), pp. 153–170.

Tomaselli, Sylvana, "Mary Wollstonecraft", The Stanford Encyclopedia of Philosophy , Edward N. Zalta (ed.),  (Fall 2018 Edition), <https://plato.stanford.edu/archives/fall2018/entries/wollstonecraft/>.

Witt, Charlotte y  Shapiro, Lisa, "Feminist History of Philosophy", The Stanford Encyclopedia of Philosophy , Edward N. Zalta (ed.),(Fall 2018 Edition), <https://plato.stanford.edu/archives/fall2018/entries/feminism-femhist/>.

Wollstonecraft, Mary, Vindicación de los derechos de la mujer. (Madrid: Cátedra, 2018). 

 

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