Muchos intelectuales contemporáneos se han dedicado a justificar la necesidad de incorporar las Humanidades en los currículos escolares y universitarios. Martha Nussbaum, Allan Bloom, Ortega y Gasset, por mencionar solo algunos, perciben en las humanidades el vehículo ideal para que los estudiantes desarrollen un espíritu crítico y la habilidad de formarse una visión del mundo independiente y fundamentada. En un mundo inundado de sobreinformación, las humanidades se vuelven imprescindibles para cosas tan concretas como saber distinguir una noticia real de las fake news o identificar falacias en los discursos políticos.
Pero, ¿qué son exactamente las humanidades? Como disciplina, se suele rastrear su origen al movimiento renacentista del humanismo, con figuras como Petrarca, Bocaccio y Lorenzo Valla, quienes compartían un fervor cuasi obsesivo por las obras clásicas grecolatinas. Los literatos e intelectuales del humanismo escribían en un latín que replicaba el sofisticado estilo de Virgilio, Lucrecio y Ovidio. Gracias a ellos, muchas obras de la Grecia y Roma antiguas fueron rescatadas de las bibliotecas de monasterios medievales, donde por siglos habían yacido “fuera de circulación” acumulando polvo.
Uno de estos humanistas del renacimiento fue Poggio Bracciolini, incansable cazador de libros que en el siglo XV rescató del olvido el poema de Lucrecio De Rerum Natura, expresión sublime de la filosofía epicúrea que había dormido por decenas de siglos en un monasterio alemán. Copiando el poema, Poggio lo devuelve a la circulación, dándole vida nueva a una de las obras culmen de la poesía latina y la filosofía helenística. Esta era la tarea de los humanistas: revivir aquella antigüedad que había alcanzado cumbres insospechadas de elevación estilística e intelectual. En los clásicos, los humanistas percibían la expresión más alta del espíritu humano.
Hace casi cien años, el filósofo mexicano Samuel Ramos diagnosticaba que el humanismo se había perdido en México. Evidentemente, Ramos no pretendía implementar una copia barata del humanismo renacentista. “Ser partidario del humanismo” dice Ramos, “no significa ser conservador y querer el retorno a lo antiguo. Cada momento histórico tiene su propio humanismo”. El humanismo que añora Ramos es aquel que “promueve el espíritu” y “humaniza la realidad”, movido por esa misma pulsión de los literatos del renacimiento que buscaban recuperar el asombro grecolatino por la maravilla que es el hombre.
Citando a Curtius, Ramos identifica en el humanismo la tarea de responder a las preguntas inaplazables del ser humano: “¿Cómo debo vivir? ¿Cómo debo amar? ¿Cómo debo morir? [...] ¿Qué es el hombre? ¿Qué es lo humano? ¿Cómo haremos de la vida del hombre algo profundo y radiante?” En nuestro confinamiento por COVID-19, explorar estas preguntas se ha vuelto más urgente. El mundo al que nos habíamos acostumbrado se ha revelado en su fragilidad. Nuestras rutinas y nuestras seguridades se han desmoronado, nuestro estilo de vida ha cambiado radicalmente. Se ha vuelto evidente que aliviábamos la ansiedad de no tener respuesta a estas preguntas mediante la infinidad de sucedáneos que nos ofrece la sociedad moderna: Netflix, Instagram, Tik Tok, etc.
Casi cien años después de que Ramos abogó por un humanismo mexicano, nuestro país sigue necesitando desesperadamente mujeres y hombres humanistas, que demuestren que, incluso en cuarentena y en soledad, la vida del hombre puede ser algo profundo y radiante.
Bibliografía:
Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México. México: Editorial Planeta,1951.
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