¿Qué estudias? Cuando respondo a esta pregunta con «filosofía», las personas no saben qué decir. La mayoría de las veces no pueden contenerse y me preguntan con incredulidad «¿por?». ¿Por qué estudiar filosofía? Sé que detrás de esta pregunta se esconde «¿qué es la filosofía y qué puedes hacer con ella?» Imagino cómo pasa por sus mentes una imagen de mí sentada en una banqueta de Coyoacán, vendiendo pulseras mientras hablo sobre el ser, la verdad y el amor. Veo la angustia y la pena cruzar por sus ojos mientras sonríen levemente como si la sola idea les pareciera ridícula.
Todos tienen una idea acerca de qué es la filosofía. Seguramente llevaron un par de clases en la prepa y saben lo suficiente como para decir que trata del amor a la sabiduría, en la búsqueda de la verdad y en la pasión por el conocimiento. Probablemente han oído hablar de Platón, Aristóteles y Kant, muchos otros también de Nietzsche y Sartre. Los reconocen tan sólo como figuras del pasado, vestigios de un tiempo en el que se podían dar el lujo de vivir en el mundo de la contemplación. Una parte de la historia que no parece encajar en el panorama profesional actual.
El abogado defiende. El doctor cura. El financiero negocia. ¿Un filósofo?... ¿Escribe? Sí, pero no sólo hace eso. La función del filósofo no es más importante que la de ningún otro profesional, pero sí entra en la categoría de «profesión». La filosofía no es un hobby ni un capricho. Tampoco es una actividad exclusiva para burgueses con la vida resuelta. No se trata únicamente de leer a las grandes mentes del pasado, memorizarlas y recitarlas, ya sea para impresionar a un auditorio o para encontrar, en los ratos libres, un significado más profundo de la vida.
Aunque es cierto que la filosofía ayuda a encontrarle sentido a la vida. Es la profesión de quien se pregunta el porqué de todas las cosas: es la vocación quien quiere interpretar la realidad de manera crítica y reflexiva.
Los filósofos no nos quedamos contemplando el mundo de las ideas, dictando a nuestros esclavos lo que consideramos brillante. Entre los egresados de la Facultad no hay ninguno que haya reportado que su situación laboral sea «meditar frente a mi chimenea buscando el fundamento de todas las ciencias». No son Descartes. Pero de Descartes aprendieron a dudar cuando hay razones para hacerlo, a no aceptar sin más lo que todos consideran cierto, a buscar en ellos mismos la claridad y distinción que les permitirá tomar las mejores decisiones.
Tenemos egresados que son asesores políticos, consultores en ONG’s, analistas de seguridad y riesgos, editores e incluso, visionarios con sus propias empresas. También hay algunos que han decidido dedicar sus vidas a la Academia. Contrario a lo que se piensa, esto no equivale a decir que se han resignado a morir de hambre. Más bien, tuvieron la vocación de dedicarse a buscar el saber, interpretar textos, comentar ideas y transmitir el conocimiento. Y eso no está mal, si algo la historia nos ha enseñado es que esta es la vía para el desarrollo de la humanidad.
Pensar por uno mismo, enseñar a buscar la sabiduría, preguntarse por el sentido de la vida y activamente emprenderse en la búsqueda de dicho sentido nunca será algo arcaico ni caduco. Son justamente estas cosas las que nos hacen humanos, las que nos elevan, las que nos dirigen al verdadero progreso.
Por eso estudio filosofía, la profesión de los que tienen vocación de saber. En un futuro me podré convertir en una analista de seguridad, en fundadora de una ONG o tal vez en académica. Con las bases y habilidades correctas, el horizonte de posibilidades es tal que el único escenario que parece imposible es acabar sentado en una banqueta de Coyoacán hablando disparates.
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