Decía Carlos Llano, fundador de nuestra universidad, que “el hombre decide su futuro en el orden del tener, en el orden del hacer y en el orden del ser”. Me parece que considerar estas cuestiones no solo es fundamental al momento de escoger una licenciatura. De hecho, quienes ya nos encontramos a la mitad de nuestros estudios, o incluso quienes ya los finalizaron, hemos de replantearnos si lo que hacemos hoy va encaminado a la construcción del futuro que añoramos. Si bien, en este espacio dirijo la reflexión a los estudiantes de la carrera de Gobierno, me gustaría invitar a cada lector a realizar este ejercicio.
Empecemos con “el orden del tener”. El deseo de superarnos y de mejorar nuestra calidad de vida es muy válido. Y es que querer lo mejor para el país, buscar el bien común y la justicia social no es contrario a aspirar, también, a tener una casa, un carro u otros bienes materiales. Todo lo contrario. Partiendo de que la educación es una inversión, esta también genera retornos individuales y sociales. Diferentes estudios sugieren que sí existe relación entre un mayor nivel educativo con mejor desempeño profesional, ingresos más altos, menores índices de violencia, mayores niveles de salud y un estado de derecho más fuerte. Además, la educación genera externalidades positivas, por lo que las personas alrededor de nosotros se benefician de las habilidades que desarrollamos. Eso significa que no basta con tener una mera ilusión para transformar la realidad. Incidir de manera positiva en el país requiere de preparación adecuada y de resultados.
Pasemos, ahora, al “orden del hacer”. Para quienes estudiamos Gobierno, el campo laboral es tan amplio, que podemos cambiar de enfoque entre lo público y lo privado muchas veces. Pero, si de algo estoy segura, es que nos mueve el anhelo de ver que México se convierta en el país que está llamado a ser. Esto requiere trabajo. Asimismo, demanda inteligencia para identificar problemas y soluciones; se requiere voluntad para llevarlas a cabo. Decidir el lugar desde el que participaremos en este cambio es importante, pues se trata de materializar la propia vocación.
Por último, pero no menos relevante, nos detenemos en “el orden del ser”. Al reflexionar sobre lo que queremos tener y hacer, no podemos olvidar quién queremos ser. La vida está hecha de decisiones, por lo que hay que tener claros los principios y fines que dotan de sentido nuestra existencia. Recuerdo que –con palabras más o palabras menos–, nuestro director de carrera nos compartió esta metáfora: “en la política hemos de ser como palomas blancas, que por más bajo que puedan volar, mantienen sus alas limpias”. Integridad, honestidad, fortaleza y justicia, son algunas virtudes que me vienen a la mente al pensar en lo que necesita cualquier persona al emprender una vida de servicio en circunstancias que no invitan mucho a participar en la vida pública.
Estudiar la carrera de Gobierno no es fácil. Supongo que ejercerla tampoco lo es. Pero la decisión de hacerlo envuelve un conjunto de criterios económicos, sociales y éticos por los que vale la pena mantener la apuesta. Después de todo, la decisión de estudiar Gobierno se da todos los días. Hoy, me atrevo a decir de nuestra escuela de Gobierno encierra en ella la promesa de formar estudiantes que aporten, con su vida, más de lo que les ha sido dado. Está en nosotros cumplirla.
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