Siempre consideré que dar clases a alumnos universitarios era UN RETO. Un reto bastante grande. Por varias razones:
La primera y por supuesto la más obvia es que ¡yo ya soy mucho más grande que ellos! Siempre les digo de broma que podría ser su bisabuela, exagerando un poco nada más.
La segunda y no menos importante (pero sí muy retadora) tiene que ver con la forma de dar clases.
Son una generación que ha nacido con la tecnología, que están acostumbrados a usar la tecnología en todos los ámbitos de su vida. Y están acostumbrados a ser deslumbrados por un sinfín de aplicaciones, información, actualizaciones, están en constante innovación y movimiento. Viven con el celular al lado aun cuando está en modo silencioso.
Sin embargo, algunos profesores (entre los cuales me incluyo) hemos tenido que ir aprendiendo a incorporar esta tecnología y forma de vida tanto en nuestra vida personal como en lo profesional.
En general, hemos tenido la oportunidad de ir haciendo este proceso de forma “gradual”, pasando de la clase magistral donde nosotros hablábamos y los alumnos no interactuaban ni entre ellos ni con el profesor, pasando de los acetatos -que estoy segura muchos ni siquiera han visto en su vida-, a las presentaciones de Power Point.
Pero ahora, ¡ZAZ! De un día para otro hemos tenido que adaptar nuestras clases a “modo virtual”.
Por lo tanto, muchas de nuestras clases ya preparadas tienen que modificarse, actualizarse, o de plano darles un giro de 360° para adecuarlas y que sean compatibles con lo que se puede hacer a través de una pantalla ¡y con los recursos con que uno cuenta en su propia casa!
Ahora sí que extraño muchas cosas:
- Extraño los salones de Santa Fe en donde tenía tres paredes disponibles para llenar de información, de fórmulas, de gráficas y volver locos a mis alumnos en la clase. Ahora la que se vuelve loca soy yo tratando de pensar cómo utilizar todas las ventanas de mi casa como pizarrones, calculando que el sol no salga y nos salude haciendo que no sea vea nada en “Mi pizarrón virtual” o el no poder usar la mano en vez del borrador para borrar en el pizarrón.
- Extraño que aun llevando 20 años dedicada a la docencia, tengo que pedir a un alumno o llamar al técnico maravilloso para lograr que mi presentación se vea correctamente en el cañón. Ahora tengo que ingeniármelas para de ir dirigiendo la camarita de la computadora para que los alumnos siempre puedan ver lo que estoy explicando y escribiendo.
- Extraño el poder mover todas las sillas de lugar y adecuar el salón a la forma de auditorio, mesas de diálogo, trabajo en pequeños grupos, etc. Ahora me divierte ver a mis alumnos con el pelo mojado recién salidos de la regadera, pero atentos y haciendo preguntas como si los tuviera en el salón, incluso molestándose sanamente unos a otros.
¡Ahora, más que nada extraño a mis alumnos! Ahora debo ajustar las formas intentando dar respuesta a todos y que se sientan parte del curso aun cuando tengan el video y el micrófono apagado, pero lo más importante, NUNCA olvidar que siguen estando ahí, que son extraordinarios y que sólo entre todos podremos seguir siendo profesor y alumnos.
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