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Escrito por Carlos Llano Cifuentes
en mayo 22, 2020

Hay acciones en la vida de los negocios que se consideran esenciales dentro de la cultura industrial contemporánea. Hace 30 o 40 años era muy difícil concebir una entidad mercantil sin que elaborara un producto. Hoy sabemos que el producir, en cuanto tal, es una acción que debe ser decidida por el empresario. Muchas veces, en efecto, es preferible comprar lo producido que producirlo personalmente a un costo mayor o una calidad inferior.

Sin embargo, esto no puede decirse de las actividades contables el «hacer cuentas» es verdaderamente constitutivo para todo negocio, dado que su finalidad mercantil consiste, entre otras, en generar un valor económico agregado.

Ese dato inesquivable resulta necesario, como ya dije, en todo negocio, y es la contabilidad, en último término, la que decide, como juez inapelable, si efectivamente la empresa genera valor o no, es decir, si es o no negocio.

Otra cosa es pensar que un negocio pueda ser bien dirigido a partir de los puros y únicos datos contables. Las empresas son, si se me permite la metáfora, poliédricas. Tienen muchas caras. La numérica es una de ellas. Es imprescindible pero no única.

Por ello, además de erróneo, es insólito y sorprendente que algunos consideren que la contabilidad ha caído de su pedestal en el ámbito de los negocios. Es erróneo, porque la contabilidad nunca ha estado en un pedestal siempre ha sido un instrumento de servicio y un inapreciable termómetro para saber -repito- si estamos haciendo negocio.

La consideración proviene, además, de fenómenos del todo independientes a ella misma y que no la fundamentan de ninguna manera. El que varias de las empresas más importantes, no sólo del mundo sino incluso de la historia, hayan entrado en hecatombe por haber presentado mal sus contabilidades al público, lejos de disminuir un ápice la relevancia de la contabilidad, la subrayan. Ni Enron ni WorldCom ni Arthur Andersen se hundieron por llevar bien la contabilidad, sino por falsear con ella.

Esto no significa de ningún modo que la contabilidad resulte perjudicial o engañosa Con un mismo bisturí se puede salvar a una persona o asesinarla, sin embargo, a ningún médico se le ocurriría pensar que puede hacer operaciones sin contar con ese valioso instrumento.

Las cosas son precisamente al revés. En virtud de la catástrofe de esas compañías nos damos cuenta de la radical importancia de la contabilidad, no sólo como herramienta de medición, sino como escaparate para mostrar al público -cliente, consumidor, accionista, socio- lo que podemos llamar, en términos coloquiales pero exactos, las cuentas claras. Y esto sí las cuentas claras son atributo exclusivo de la contabilidad.

 

No solo buenos contadores

Las actividades contables tienen ante sí un reto que para el hombre de negocios resulta generador de entusiasmo, en forma literal. Con el paso del tiempo, han surgido aspectos cada vez más profundos en la vida de los negocios que escapan a las tradicionales mediciones de la contabilidad. 

Si antes era muy importante conocer el valor de los inventarios, hoy lo es más conocer el valor de esos importantísimos inventarios peculiares que forman una empresa los conocimientos de las personas que trabajan en ella.

Hoy el contador debe saber cuantificar -permítaseme la palabra- el valor de un conocimiento, tarea por demás difícil si no es que imposible. Igualmente, debe ser capaz de medir -permítaseme también ese vocablo- el desarrollo de sus hombres, tal vez la realidad más importante en una organización y, al mismo tiempo, la más difícil de ser medida.

La contabilidad tiene que medir, hasta donde se pueda, no sólo el valor de los conocimientos, sino también la intensidad de la inclusión o pertenencia a la empresa de los hombres que en ella trabajan, para que sus activos, es decir, sus conocimientos, puedan considerarse contablemente como valor que pertenece a la organización.

Dicho de otra manera, ahora no sólo le toca al contador calibrar el importe del «capital monetario», sino lo que Francis Fukuyama ha llamado con acierto «capital social trust».

¿Habrá alguna contabilidad que sea capaz de proporcionar el capital social, es decir, el grado de confianza, que rige entre quienes trabajan en una misma compañía o con aquellas con las que pueden asociarse?

Este es el apasionante reto que tiene por delante esta actividad que hoy, paradójicamente, consideran en demérito. Quien sea capaz de calibrar, estimar, valorar, apreciar, ese capital social, no solo será un buen contador, sino que se erigirá como un buen director de empresa.

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[1] Llano, Carlos. “La vigencia de la Contaduría” en istmo 266, año 2003, p.24., www.istmo.mx/2003/05/21/voces_la_vigencia_de_la_contaduria/

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