Especialista en Neuropsicología
Ex-alumna de la Escuela de Psicología
Universidad Panamericana
A lo largo de la historia, el objeto de estudio de la psicología: la psique (por su raíz griega), ha sido tema de interés para muchos, especialmente para filósofos tales como Aristóteles, Descartes y Spinoza, quienes esbozaron un boceto del alma humana.
Sin embargo, la psicología, como ciencia, es un área de estudio relativamente nueva, pues su consolidación y desprendimiento de la filosofía se remonta a hace apenas poco más de dos siglos, cuando Christian Von Wolff la definió como una ciencia teórica, racional y empírica cuyo objetivo es el estudio del alma humana. Con ello la psicología tomó un tinte positivista. Wilhem Wundt en el siglo XIX inauguró el primer laboratorio de psicología experimental, Theodor Simon y Alfred Binet desarrollaron una evaluación psicológica para medir el rendimiento escolar y William James estudió el determinismo y la posibilidad de verificación dentro de la psicología.
No obstante, la complejidad de la psique humana y los pocos avances tecnológicos de la época no permitieron que el carácter positivista de la psicología perdurara, y pronto llegó el psicoanálisis a reemplazarlo. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, buscaba entender la dinámica de la psique y, a pesar de proclamar su proyecto como científico, la realidad es que es considerado un método hermenéutico o filosófico, más que científico. Sin embargo, Freud no fue el único en deshacerse de la metodología puramente científica, tras el llegaron muchos otros; algunos seguidores suyos como Lacan, Klein o Foucault, otros asiduos a la corriente humanista, tales como Frankl, Rogers o Maslow, algunos psicólogos sociales como Asch, Lewin o Festinger e inclusive conductistas como Skinner, Watson o Pavlov que a pesar de enfocarse en la conducta cuantificable, reconocen la presencia de “la caja negra”, un espacio psíquico que no es susceptible a medición exacta.
A partir de entonces, la psicología se ha movido entre el deseo por consolidarse como ciencia exacta y la necesidad de utilizar metodologías cualitativas, humanistas y fenomenológicas que permitan dar cuenta de fenómenos tan complejos como la conciencia, la subjetividad, la intersubjetividad, la voluntad, las funciones mentales superiores, el amor, el poder, la familia, la personalidad, las emociones… es decir, temas que difícilmente pueden ser abordados de manera integral utilizando únicamente el método científico o la filosofía.
Hoy en día las neurociencias nos ofrecen una alternativa a esta problemática. La neuropsicología es una rama integradora de la psicología; une áreas de estudio propias de la neurobiología con áreas psicológicas, logrando explicar fenómenos psicológicos complejos a través de la rigurosidad del método propio de la biología. Por ejemplo: la consciencia, que antes era considerada un fenómeno metafísico, hoy se concibe como un fenómeno cerebral que tiene un correlato neuroanatómico específico. Lo mismo sucede con las emociones, las cuales se creía que estaban relacionadas a la bilis, pero con los avances actuales se sabe que se encuentran íntimamente ligadas a neurotransmisores específicos y cambios autonómicos en el sistema.
De esta manera, las neurociencias estudian el cerebro como órgano de la mente, logrando una rigurosidad científica sin necesidad de sacrificar la complejidad del objeto de estudio y cumpliendo, tras tantos años de espera, el cometido inicial de la psicología empírica: el estudio del alma humana.
Por supuesto, las neurociencias apenas comienzan a mostrar su potencial, pero sin duda ha comenzado la era de la neuropsicología.
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