¿Cómo mantendrá el joven la limpieza de su camino? Guardando tu palabra. (Salmo 119:9 - Versión Nácar Colunga)
René Alejandro Báez Tapia
Indudablemente que cada uno de los temas abarcados en las sesiones individuales del Conversatorio fueron enriquecedoras, retadoras, provocativas para la mente y altamente instructivas. Sin embargo, hubo algunos momentos durante las mencionadas reuniones en que consideré que había un elemento muy importante faltante en nuestras conversaciones.
En no pocas ocasiones salí de las sesiones con un signo de interrogación en la frente.
En otras, con frustración por no saber cómo hacer frente a la labor pedagógica de una manera satisfactoria. Sin embargo, y a pesar de lo aleccionadoras que fueron cada una de las sesiones había una pregunta que rondaba mi cabeza de manera constante. La pregunta era: ¿Y qué rol juega Dios en medio de estos grandes retos? No cabe duda de que la psicología tiene algunas respuestas. Es imposible minimizar el rol de la experiencia de muchos de los profesores. Ni qué decir del papel que la tecnología puede jugar para mejorar las clases, pero ¿Y Dios?

Es indudable que la adolescencia plantea retos colosales para padres y educadores. No en vano las Sagradas Escrituras nos recuerdan que “La necedad está enraizada en el corazón del joven “(Prov. 22:15, Biblia de Jerusalén). Observo en ocasiones a padres cuya única expectativa es ‘sobrevivir’ a la adolescencia de sus hijos y que consideran que si ‘libran’ tal periodo en la vida de sus descendientes ya habrán pasado la época más complicada en la crianza de sus vástagos. Es decir, algunos progenitores a lo más que aspiran es a atravesar esta etapa con el menor daño posible para sus muchachos y para ellos mismos. Y vuelvo a preguntarme, ¿Y dónde está Dios en medio de todos estos retos?
Es evidente que los años de adolescencia son unos de turbulencia, cambios e inseguridades. Todos los padecimos y sabemos lo difíciles que son. No obstante, dichos años no deben estar centrados únicamente en una lucha contra el temperamento y las hormonas. Considero que el darle el lugar central a Dios en esta etapa de la vida puede convertir la adolescencia no en una etapa de sufrimiento y de sobrevivencia, sino en una etapa de oportunidades y triunfos. Me parece que el darle tal lugar a Dios en el seno familiar y en el proceso de crianza durante la adolescencia nos ayudaría a enfrentar estos años no como unos de sobrevivencia sino como de esperanza, de ánimo, de fortaleza, de fe y de gratitud al ver lo que Dios ha hecho y sigue haciendo en la vida del ser humano que le da su lugar.

En ninguna manera quiero desestimar todos los avances científicos y tecnológicos que son importantísimos a nivel pedagógico y conductual. Únicamente pienso que sin descuidar tales avances es necesario que Dios ocupe en verdad el centro en nuestras propias vidas, en las de las familias y en las de nuestros amados jóvenes y entonces tal amalgama producirá un círculo virtuoso que nos hará mirar con fe y esperanza a los años adolescentes. Nunca olvidemos el canto de victoria del Apóstol Pablo cuando dijo: “Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo” (Primera Carta de San Pablo a los Corintios 15:57 – Versión Nácar Colunga).