¿Cómo se sostiene la autoridad de los padres y de los maestros ante los adolescentes, hoy?
Mtro. Mario Agustín Jesús Castillo Sánchez Hidalgo
Presentación y justificación del tema.
Hace ya muchos años, hacia el año de 1996, pude tomar en el otrora IPCE (Instituto Panamericano de Ciencias de la Educación) un Diplomado sobre práctica docente a nivel medio superior. A raíz de ese Diplomado pude conocer los trabajos pedagógicos de Gerardo Castillo (¿Cómo educar a los adolescentes? y Los adolescentes y sus problemas). Hace ya casi treinta años, el educador español advertía que la base fundamental de la educación se basaba en el respeto del otro, en este caso, en reconocer que educar es, en realidad, dialogar y respetar al
otro. Sin embargo, en ese diálogo se colige también un principio de autoridad basado, ante todo, en el nivel de ejemplaridad de quien conduce (el docente) para mediar hacia quien desea conducir (el educando). La noción clásica de ducere et docere. Conducir y mostrar: en ello estriba la labor educativa, me parece a mí.
Noción de autoridad.
Culturalmente, la autoridad es una figura en entredicho y que fácilmente puede sucumbir ante los excesos, las contradicciones y los vicios. Pero, en una noción clásica, la autoridad surge como la guía, el camino o la ruta hacia un sendero en particular. Una autoridad bien entendida debe ser ejemplar porque se sabe imperfecto; es ejemplar porque tiene apetito de conocer, hambre de saber, de ser. No hay que sucumbir hacia el autoritarismo pues ello erosiona, irremisiblemente el principio genuino de la autoridad.
Sin embargo, la autoridad -que se nutre con la humildad de reconocerse limitada- está francamente en crisis. Desde la autoridad de los padres de familia (a veces desgastada por el acelerado modo de vida de las sociedades urbanas) hasta la autoridad escolar, docente, que debe ceder ante las exigencias de las familias que forman parte de las comunidades escolares, la noción de autoridad como ejemplo, luz y faro está ahora, en una crisis de identidad muy preocupante (aderezada por el relativismo y la post verdad).

La mejor forma de sostener la autoridad ha de ser por el ejemplo, por la persistencia, por la realidad de saberse imperfecto y limitado, por el deseo permanente por aprender, por ser. “El ejemplo arrastra”, decía mi muy querido amigo David Méndez Torres Ortiz (me imagino, desde la lectura y asimilación de alguno de los pedagogos centrales en el modelo de educación personalizada que tanto conocía -García Hoz, Castillo o Mary Pliego). Y, efectivamente, más aprende el alumno de ver el esfuerzo del docente (por ser justo, puntual, exigente) que por los meros contenidos curriculares de un plan de estudios.
Recientemente pude ver una película comercial sobre un profesor mexicano afincado en el conflictivo territorio de Matamoros, Tamaulipas. El profesor de sexto año de primaria encarna el apetito por saber, por conocer para, desde ese esfuerzo, trascender la realidad y, si es posible, mejorarla. La película en cuestión se llama Radical. Muy interesante, de honda significación humana.
Crisis en el modelo de autoridad
Se ha esbozado líneas arriba que, por la forma actual de vida en las sociedades urbanas, el rol de los padres, su presencia física con sus hijos, se ha erosionado bastante. Se busca suplir con objetos materiales lo que la convivencia cotidiana, el estar incesante les ha sido casi vedado. Y, para citar a la pedagogía salesiana clásica, para educar, hay que estar. Cantidad de tiempo sí es un rasgo diferenciador en el proceso de formación del carácter de los hijos. Debido a ello, parte de esa “cuota de tiempo” se ha trasladado hacia los centros educativos. De ahí que, en muchas ocasiones, los alumnos pasan más tiempo en los recintos escolares que en sus hogares. Hablar del colegio como un “segundo hogar”, no es algo exagerado: es una auténtica realidad.

No obstante, la autoridad del docente se ha visto muchas veces cuestionada por los propios padres y, por tanto, por los alumnos. A veces pareciera que el profesor es una pieza más del “engranaje de servicio” del que se sirve el estudiante: del chofer a la mucama, del instructor de tenis al profesor. Piezas de un mecanismo creado solamente para servir de esparcimiento a los nuevos estudiantes. Ello reviste una serie complejidad que debemos de alertar. Si bien, en un modelo de educación personalizada educar es servir; el servicio educativo en los centros educativos no es, exactamente, el que se dispensa en, por ejemplo, un club social. A los alumnos, decía Carlos Llano, hay que formarlos “aunque no quieran”.
La generación de los padres obedientes
Ante los fenómenos sociales que caracterizan a las sociedades urbanas postindustriales, en donde el sustento familiar ya no puede ser proporcionado solamente por uno de los padres de familia; en modelos de familia cada vez más disímbolos, el rol de los padres ha estado sufriendo cambios importantes. Se les llama “generación de los padres obedientes” a quienes, nacidos entre 1960 y 1980, en su niñez y juventud debieron obedecer a sus padres, ahora que experimentan la paternidad, “obedecen” a sus hijos menores. A veces, por una mala interpretación y asimilación de los nuevos modelos sociales, los padres piensan que, lo mejor, es ser “amigos” de sus hijos y, muchas veces, dejan de ejercer un modelo de autoridad claro, que les permita a sus hijos vivir ante ciertos límites.

El docente ante el cambio social
Además de las complicadas situaciones sociales, la labor docente carece del mismo prestigio social que otras profesiones. Las jornadas exhaustivas, el poco reconocimiento de pares e instituciones ante su labor, complican la incidencia efectiva de la labor docente que requiere, ante todo, tiempo, paciencia y persistencia.
Si un docente se enfrenta a escenarios de carga burocrática, de conflicto institucional, de poco reconocimiento profesional, es altamente probable que no pueda asumirse, genuinamente, como un verdadero educador. En ese sentido, la labor de las autoridades educativas deberá ser sumamente asertiva para detectar qué profesores sí han asumido cabalmente el ideario educativo de un centro escolar. Sobre todo, en contextos similares a los nuestros en donde se privilegia no solamente la atención personalizada, sino una alta exigencia académica. Y es a esos, escasos profesores comprometidos con quienes debe apostarse a un trabajo prolongado, paciente pero sistemático de formación docente. Una institución educativa es lo que sus docentes son. Lo demás (instalaciones, modelo educativo) es accesorio. El trabajo esencial es hacia su planta académica. Considero, basado en mi experiencia, que es a partir de la profesionalización docente como puede asumirse y adaptarse el cambio social que se está viviendo y que, necesariamente, habrá de modificar nuestras pautas de desempeño docente.