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Escrito por Ariela Alcántara Fastag
en mayo 19, 2020

Cuando uno llega al 7º semestre de la carrera de Psicología es tiempo de realizar el servicio social: aquella experiencia que te acerca a las necesidades que presentan las poblaciones vulnerables, comunidades, ambientes hospitalarios… y otros escenarios que nos alejan de los libros y nos aterrizan en la realidad de nuestro país.

Para algunos es la forma de probar su conocimiento, para otros, la de descartar el área profesional a la que jamás quisieran volver; para muchos, es la manera en la que notaron que se encendía una agitación que marcaba la dirección hacia su vocación. El siguiente escrito cuenta mi experiencia como pasante en una de las Clínicas de Vinculación del Sistema Panamericano de Salud (SIPASA).

Podría decir que la experiencia durante el servicio social realizado en la Clínica Guadalupe Mazahua fue la primera vez en la carrera que me di cuenta de la enorme responsabilidad que implica ser un profesional de la salud. En ese momento no eres un estudiante, no eres “un chavito”, eres la persona encargada de mejorar de alguna forma la calidad de vida, salud o entorno de la persona que viene a pedir tu ayuda.

Nosotras tres, como el equipo de Psicología, el cual no tenía mucha trayectoria en esta sede, no teníamos mucha idea de qué se necesitaba y por lo tanto qué debíamos de lograr ahí. Sin embargo, tras el trabajo psicológico que se realizó con las personas de comunidades cercanas a la Clínica Guadalupe Mazahua y en colegios de la zona, tanto en consulta individual como en talleres, pudimos conocer algunas de las problemáticas de la población, así como posibles intervenciones y sugerencias que son o podrían ser benéficas para promover el bienestar de la comunidad.

 

Tomó su tiempo, la gente no tiende a ver al psicólogo como una primera línea de atención, antes siempre suele estar la comadre, la tía de los remedios que no fallan, los amigos, el señor de los abarrotes, entre otros. Pero tras una semana de ir a todas las escuelas de la zona a hacer promoción, ir a varias tiendas a anunciar nuestra llegada, de poner letreros… empezaron a llegar las personas; y, me alegra decir, con una actitud muy abierta hacia esa otra rama de la salud que podría ayudarles con sus problemas.

Poco a poco, esas tres consultas se volvieron 150; 15 talleres impartidos en la clínica y 13 repartidos entre escuelas (a nivel primaria, secundaria, preparatoria) y Hacienda de Toshi (a mujeres adultas y de la tercera edad). Lo cual culminó con la primera campaña de Psicología: “La semana de la salud mental".

 

Gracias a esto, encontramos indicadores, tanto en adolescentes como en adultos, de depresión y ansiedad; niños en etapa escolar con problemas en el desarrollo de funciones cognitivas, algunos mal diagnosticados con TDAH, y con presencia de dificultades en la coordinación visomotora; situaciones de violencia intrafamiliar importantes, tanto dentro del sistema parental como con los hijos o familia extensa; abuso sexual; consumo de sustancias desde la adolescencia; problemas de conducta; y mucha falta de educación en materia de salud y bienestar para las diferentes generaciones.

Nuestro papel como psicólogas de la comunidad fue entonces muy claro: la gente necesita tener la acceso y posibilidad de recibir atención psicológica de forma regular.

 

Nos enfrentamos a retos como encarar problemáticas sociales importantes o pacientes que no desarrollan buena adherencia por la poca constancia, ya sea por su trabajo o incluso porque iban a terapia en secreto; y, principalmente, nos enfrentamos a tomar decisiones, hacer evaluación y diseñar intervenciones con los pocos recursos que teníamos. Cuando uno está en campo cuando se da cuenta de sus verdaderas fortalezas y limitaciones; especialmente, entender cuándo la situación de un paciente te rebasa, por más que quieras ayudar.

 

La clínica fue una gran sede por eso, nos pudimos probar muchas cosas: nuestras capacidades como psicólogas clínicas, manejo de grupos, supervisión entre colegas, en un contexto donde la Psicología no era la primera opción… ¡Pero había tanta apertura y esperanza por intentar abrir camino en la salud mental y bienestar!

La gente de la comunidad necesitaba psicólogas que se involucraran y creyeran en la importancia que tienen en la vida de cualquier persona que pide ayuda psicológica.

Nosotros, como futuros profesionales de la salud, tenemos que ser el ejemplo de que el trabajo interdisciplinario es el modelo para lograr un bienestar completo en nuestro país y en nuestras comunidades

¿De qué sirve un régimen muy bien hecho de medicamentos, dietas e indicaciones, si el paciente no tiene adherencia al tratamiento o buenas redes de apoyo que lo sostengan en el proceso? ¿De qué sirve una intervención psicológica si el paciente no conoce o entiende los cuidados físicos, de curación o importancia de su diagnóstico médico?

Y esta es una de las lecciones fundamentales en la formación de cualquier profesional de la salud, y que orgullosamente me deja la Escuela de Psicología de la Universidad Panamericana: en una clínica de salud todos tenemos un papel indispensable, pero que necesariamente requiere de los otros.

Nosotros, los estudiantes, tenemos que estar preparados y entender que el servicio social, aunque es una forma de practicar e incluso de equivocarnos, también es el único acceso a la salud mental que tienen las poblaciones vulnerables.

Nuestro trabajo importa, impacta, y cambia vidas; no lo deslindemos, jamás, de su gran responsabilidad social.

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