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Escrito por Anneke Farías Yapur
en abril 24, 2020
Especialista en Psicología Organizacional por Universidad Panamericana

 

Estamos en crisis. Y parece ser así en múltiples sentidos: el coronavirus es una amenaza a nuestros estilos de vida, un fuerte golpe a la economía mundial; también es un reto para quienes no se pueden detener, y un grave riesgo para nuestras familias.

El virus nos ha paralizado, y debemos estar paralizados. Así lo piden las autoridades en materia de salud global, y así lo piden las autoridades locales (1).  

En todo caso, nos encontramos en un escenario distópico que infunde miedo en nuestros corazones, pero también nos limita la capacidad de acción a únicamente la inacción: “quédate en casa” se repite por todas partes.

Y esta combinación de miedo y aparente indefensión (pues sólo se puede hacer “nada”), se cruza, además, con un bombardeo constante de actualización de la tragedia. En Whatsapp circulan las mismas cadenas por todos los grupos, las mismas noticias, los mismos comentarios que sólo nos aterrorizan más.

Nos quedamos entonces con una cantidad cada vez más limitada de contenidos en la cabeza: lavarse las manos, no salir, sentir miedo, sentir enojo, ver una serie, ver facebook, leer uno que otro artículo, hacer un reto en tik tok; y esto en forma cíclica.

Así pasan los días, nos sentimos encerrados física y mentalmente. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Un panorama como tal nos exige desarrollar resiliencia.

 

Resiliencia

Normalmente cuando escuchamos esta palabra pensamos en atributos individuales, sobre todo cualidades psicológicas. Como si se tratara de una serie de habilidades y capacidades psicológicas que hacen que la gente “aguante” tiempos difíciles. La asociamos con tener “buena” actitud.

Y sí, ¡claro que tener una actitud optimista frente la adversidad puede ayudar a sobrellevarla con éxito! Pero no fue la actitud por sí misma la que consiguió dicho logro.

Si bien es útil considerar la resiliencia como una cualidad individual para intervenciones personales, atribuirla al individuo en situaciones como la del coronavirus o una recesión económica ¿no es una forma de echarle la culpa en caso de que no “aguante” la situación adversa? (2)

Orilla a la gente a reprochar a los vulnerables por ser vulnerados (o por exponerse y ser vulnerables), hace que las personas sean ciegamente optimistas sin importar de qué trate la situación, y las lleva a decir “no pasa nada” evitando ver el problema de frente.

Y no sólo eso: puesto que es una supuesta responsabilidad individual, esta noción también nos dificulta ver la forma en que nosotros mismos obstaculizamos la resiliencia en los demás.

 

La ecología social de la resiliencia: un enfoque sistémico

Para defender esta desagradable tesis, retomo primero las palabras de Michael Ungar (3): “La noción de que tu resiliencia es sólo tu problema es ideología, no ciencia”. Hay que entender la resiliencia como una capacidad resultante de un contexto socio-ambiental.

Esto implica que se puede tener mayor o menor capacidad de sobrellevar problemas; la capacidad la tienen individuos, comunidades y países, y esta capacidad depende del entretejido social y ambiental en el que viven los individuos, así como la interacción entre todos sus componentes.

Las personas que pueden encontrar los recursos que necesitan para tener éxito en sus entornos tienen muchas más probabilidades de lograr sus objetivos que las personas con pensamientos positivos y las últimas poses de poder” (2).

Michael Ungar es un investigador que se ha ocupado de incorporar los factores socio-ambientales en la teorización de la resiliencia (4), y ha identificado tres categorías para evaluar el nivel de capacidad de sobrellevar adversidad (5):

  1. la disponibilidad de recursos necesarios para resolver el problema,
  2. su accesibilidad, y
  3. el sentido o significado que le otorgan los beneficiarios, o quienes deben resolver el problema.

Pongo un ejemplo sobre el coronavirus. Tal vez para gente con privilegio socioeconómico, lavarse las manos cada poco tiempo es una gran forma de minimizar el riesgo de contagio; pero si las personas no tienen disponibilidad de agua corriente en sus pueblos, esta propuesta no les será posible.

Por otra parte, quedarse en cuarentena también parece a las y los privilegiados, como un plan efectivo; pero para personas con el obstáculo de la pobreza, éste es un plan que, si bien las podría salvar del coronavirus, las condena a morir de hambre o de cualquier otra condición relacionada a la falta de acceso a bienes necesarios.

Entonces: sin la disponibilidad y el acceso a los recursos para que funcione un plan, o si dicho plan y recursos no hacen sentido a las personas, la estrategia estará condenada a fracasar, mínimo a mediano y largo plazo (2).

 

Capacidad de reserva como precursor de la resiliencia

La definición y clasificación anterior explican la resiliencia como necesaria en situaciones de adversidad. ¿Y en crisis? Las crisis tienen como característica la presentación súbita y no prevista (o no suficientemente anticipada) de adversidad intensa, que supera momentáneamente la capacidad para sobrellevarla.

Esto implica que suceden en condiciones de baja resiliencia, ya sea a nivel individual, comunitario o nacional.

 Si estamos hablando de una adversidad imprevista, ¿cómo se supone que debamos prepararnos para situaciones de potencial crisis? Para contestar a esta pregunta vale la pena utilizar el concepto de capacidad de reserva. En este caso se trata de una capacidad para sobrellevar retos superior al tamaño de los retos que normalmente afrontamos.

Los esfuerzos para prevenir crisis buscan que la adversidad no supere dicho umbral de capacidad, pero si en la “normalidad” se tiene poca capacidad extra, entonces en tiempos de crisis más tiempo tomará aumentarla hasta un nivel suficiente, y por lo tanto la crisis tendrá mayor magnitud.

La habilidad de aumentar la capacidad de afrontamiento es también parte de la reserva, pues aunque no se aumente la disponibilidad y acceso constantemente, se tiene esa habilidad en caso de ser necesaria.

 

La resiliencia como responsabilidad social

Dije en un inicio que hacer de la resiliencia una responsabilidad individual nos impide ver la forma en que nosotros interferimos o favorecemos dicha capacidad en los demás. Pero ahora que sabemos que la resiliencia es un producto del sistema que entre todos componemos, esta tesis no debería sonar demasiado escandalosa o improbable.

 

 Captura de Pantalla 2020-04-24 a la(s) 11.04.17

 ¿Por qué? Porque nosotros influimos en la magnitud de las reservas (de disponibilidad y acceso actual y potencial) que configuran la capacidad de afrontamiento de los individuos, comunidades y países enteros.

Nosotros influimos en que nuestro país y comunidades tengan un panorama como el de la primer curva en el esquema anterior, o como alguna de las otras. La falta de reservas conllevan menor capacidad de resiliencia, incluso frente a adversidad “ordinaria”, como en el primer panorama. ¿Así que cómo influimos en las reservas?

En la medida que nosotros apoyamos las iniciativas gubernamentales para incrementar la disponibilidad de servicios públicos que son requisito para el bienestar general de una sociedad, contribuimos a que sus ciudadanos no sólo sobrelleven adversidad, sino que, además, se adapten positivamente a ella.

En la medida en que nosotras, las personas privilegiadas, utilizamos los servicios públicos, mejoramos su acceso, pues quienes tenemos voz más vale que representemos a los que no la tienen.

En la medida que pagamos a tiempo a las pequeñas y medianas empresas por sus bienes o servicios, les permitimos tener dinero de reserva para dejar a sus trabajadores ausentarse en tiempos de cuarentena, y evitamos su quiebra y el desempleo consecuente.

Pagar a las trabajadoras domésticas los días que pasarán en cuarentena les permite implementar la sana distancia; pues de otra forma deberán adoptar otro trabajo, probablemente con mayor exposición al contagio. Por cierto, ¿ya inscribiste a tu empleada doméstica al IMSS?

¡Estas medidas no deben implementarse sólo en situaciones extraordinarias! Elevar la capacidad por encima de la necesidad ordinaria para sobrellevar adversidad en casos de crisis, no implica que se “derroche” la diferencia en situaciones ordinarias.

Pues en la “normalidad” mexicana, la situación ya es crítica para el 50% de la población que vive al día (6). Tal vez la disponibilidad  y acceso de recursos físicos no debe ser inmensamente mayor que lo que se necesita en la “normalidad”. Pero la reserva, como se dijo, no sólo aplica a los recursos físicos. También se refiere a la capacidad de elevar el nivel de resiliencia: apoyemos la innovación, la educación, y la investigación.

Retomo a Ungar: “La lucha por la transformación personal no nos hará mejores cuando nuestras familias, lugares de trabajo, comunidades, proveedores de atención médica y gobiernos no nos brinden suficiente atención y apoyo. (...) Si esos recursos no están disponibles de inmediato, es mejor intentar cambiar nuestro mundo para obtener esos recursos que tratar de cambiarnos a nosotros mismos” (2) como si se tratara sólo de nuestra perspectiva del mundo.

Así que además de lavarnos las manos y no salir, también reconozcamos la responsabilidad que acompaña nuestro privilegio: nuestro sector social influye en la distribución de recursos.

Ocupemos este tiempo para pensar en el punto de vivir en sociedad, en el valor social de los servicios públicos, en el valor de la investigación en ciencia y humanidades. Analicemos críticamente los modelos económicos y políticos que impiden la adecuada inversión en los ámbitos anteriores, y que impiden a la gente ahorrar y tener capacidad de reserva.

Ya sea en términos de tiempo para cultivar redes de apoyo, para desarrollar sus diversas habilidades, para educar a sus hijos, y para desarrollarse como personas; o en términos de dinero para invertir en un pequeño negocio para tener un ingreso extra, o en tecnología para liberar tiempo para cultivar una sociedad para todas y todos.

Es momento de pensar, responsabilizarse. ¡Sumemos fuerzas contra las pautas y sistemas que erosionan la resiliencia del país, y que propician la “ordinaria” injusticia social!

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