La filosofía, por su propia naturaleza, es una ciencia que constantemente se cuestiona a sí misma. No se ve a un médico o a un químico preguntándose qué es la medicina o qué es la química. Sin embargo, todo gran filósofo, a la par que responde preguntas como ¿qué es la justicia?, ¿qué es la verdad? o ¿en qué consiste la felicidad?, también se encarga de resolver el enigma “¿Qué es la filosofía?”. Lo que no te dicen en clase ni en libros, ni es tampoco fácil de advertir hasta que es demasiado tarde, es que esta peculiar característica de la filosofía es contagiosa. Así, uno se encuentra a sí mismo cuestionándose todo constantemente, por ejemplo, por qué uno decidió estudiar filosofía y si habrá sido la decisión correcta.
1. Estudiando la carrera
En algún momento u otro, todo mundo se pregunta si está en el lugar adecuado. Hay quienes nos lo preguntamos en plena carrera. Al entrar, con todo y que empezar a leer filosofía nunca es fácil, uno se siente fascinado por las clases y las interminables pláticas de pasillo con compañeros. Pero cuando llega el día en que se espera que sepas de qué va la cosa y respondas articuladamente a una eminencia, esto es, por ahí de 5º semestre en el seminario del Dr. André Laks, algunos entramos en pánico. ¿Por qué elegimos una carrera tan difícil? ¿Por qué no leer por nuestra cuenta, como seguramente nos sugirieron familiares, y estudiar algo más normal? Podríamos haber estado en prácticas profesionales, como muchos de nuestros amigos, en vez de quebrarnos la cabeza para encontrar un vínculo entre Platón, Cicerón y John Stuart Mill. Así que pensamos en cambiarnos de carrera. Sin embargo, estudiar otra cosa implicaría dejar de lado no solo algo que nos resulta interesante, sino algo que forma parte de quienes somos: nuestra admiración, nuestra curiosidad, las dudas que se entretejen con nuestra propia existencia. Muchos de nosotros no podíamos siquiera imaginarnos estudiando otra cosa.
2. Al buscar trabajo
El momento en el que todos nos preguntamos si haber entrado a la licenciatura en filosofía fue un error es, por supuesto, al graduarnos y comenzar a buscar trabajo. Toda tu familia te lo dice y te lo dice, pero está tan lejos ese momento que no importa… hasta que llega. ¿Cómo tener una entrevista y pedir un puesto con la única credencial de haber escrito una tesis sobre la libertad según Kant o sobre la belleza en Shaftesbury? El miedo hace que por un momento olvides de dónde vienes y lo lejos que has llegado con el esfuerzo de cada semestre (leyendo idealistas alemanes y traduciendo griego, por ejemplo). Sobre todo, te sientes solo y piensas que todo el peso de tu futuro laboral recae en tus manos inexpertas. Por suerte, esta sensación no dura mucho tiempo. En mi caso, a los pocos días de haber entrado en crisis me llamaron del periódico Reforma para una entrevista. Me habían recomendado de la Facultad de Filosofía UP. En menos de un mes ya era coeditora de una sección de sociales.
No diré que empezar un trabajo es fácil, pues uno tiene que adaptarse rápido a dinámicas desconocidas, pero tampoco es cierto que haber estudiado filosofía lo haga más difícil. A pesar del temor inicial por no haber trabajado antes, uno aprende a cumplir con las exigencias del puesto. Por supuesto, uno se topa con dificultades, como dominar el sistema para mandar a prensa o lidiar con clientes caprichosos. Como cualquier otro profesionista, sales adelante con un poco de práctica y el apoyo de tu jefe. A veces, incluso, empiezas con alguna ventaja: escribir y editar textos era algo para lo que me habían entrenado muy bien y en eso consistía la parte más importante de mi nuevo trabajo en el periódico.
3. Y ahora, ¿volvería a estudiar filosofía?
Los egresados de Filosofía UP elegimos caminos distintos: unos hacen análisis de mercado o ponen su propia empresa, otros escriben discursos políticos o guiones de entretenimiento y algunos, como yo, eligen la vida académica. Así es. Por segunda vez elegimos estudiar filosofía. Nos advierten desde el inicio que la carrera académica requiere paciencia y perseverancia, pero yo no comprendí lo que verdaderamente significaba eso hasta que fui rechazada de un programa de maestría. Meses de estudio y trabajo hechos añicos en cuestión de minutos hicieron que me preguntara de nuevo por qué había elegido ese camino, pudiendo trabajar tranquilamente en una empresa, haber seguido en el periódico o hacer cualquier otra cosa. Y entonces lo entendí. No estudiamos filosofía para ingresar a una maestría u obtener un puesto de trabajo. Hacemos posgrados o elegimos ciertos trabajos porque queremos seguir estudiando filosofía y que se vuelva parte de nuestra vida diaria. Yo le dedicaba mi tiempo a esto porque me formaba como persona y no solo como profesionista, porque me enseñaba a ver el mundo con más profundidad y matices, porque me ayudaba a comprenderme mejor a mí y a los demás y porque, pasara lo que pasara en el mundo, nunca iba a ser un desperdicio.
La vida es difícil e impredecible, prueba de ello es la crisis sanitaria internacional que estamos viviendo. Sin importar a qué se dedicaban, millones de personas han perdido su trabajo y otros tantos han muerto. La mayoría de la población mundial lleva semanas encerrada sin poder ver a sus seres queridos. En estos momentos, ¿cómo hubiera sido mejor estudiar algo “más útil”?* Los cuatro años de licenciatura en Filosofía de la UP, además de darme herramientas para trabajar, me enseñaron a darle sentido a mi vida incluso en circunstancias desesperanzadoras y a no perderme en la angustia de la incertidumbre. Después de todo este tiempo, aprendí que cuestionarme tanto no tenía que ver con la posibilidad de haber elegido mal, sino con haber elegido bien. Así que sí: volvería a estudiar filosofía.
* No todos somos aptos para medicina o enfermería.
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