Durante mi primera visita a Belice en 2013, aprendí un modismo local: “Cuando Estados Unidos estornuda, Belice se resfría”. Cuando Estados Unidos estornuda, ¿qué pasa entonces con México?
Si bien Estados Unidos se enfrenta actualmente al mismo virus que México y el resto del mundo, también nos enfrentamos a un virus metafórico: la idea de que debemos examinar a fondo aspectos de nuestra historia, cultura, sistema legal y sociedad que es racista, extirpándolos quirúrgicamente a medida que avanzamos. Como muchos, mis propias reacciones a esta idea viral son complicadas, pero tengo una pregunta: ¿cuándo llegará a México? Específicamente, ¿cuándo y cómo el mundo de la música clásica en México experimentará el nivel de culpa que actualmente envía espasmos a través de los organismos estadounidenses —orquestas, universidades, instituciones gubernamentales, festivales y otros— que presentan la música clásica?
I. FondoLa primera granada lanzada en la guerra intelectual de 2020 contra el racismo en la música clásica fue este artículo del 24 de abril del profesor Philip Ewell, quien escribió, afirmando que la teoría de la música es inherentemente racista, “Beethoven ocupa el lugar que ocupa porque ha estado sostenida por la blancura y el machismo durante doscientos años”.
El 25 de junio, la “League of American Orchestras” (Liga de Orquestas Americanas) adoptó una declaración sobre la diversidad que incluye la afirmación de que la liga “no ha comprendido suficientemente que el racismo sistémico anti-negro y su discriminación resultante están arraigados en un sistema de creencias, la supremacía blanca, en la que todos de nosotros -y el campo mismo- nacimos”. El 16 de julio, Anthony Tomassini escribió en el New York Times que las orquestas deberían abandonar las audiciones con cortina para dar ventaja explícita a los candidatos que sean mujeres o no blancos (sin importar que las audiciones con cortina se habían adoptado originalmente para eliminar la posibilidad del racismo o sexismo que afectan las decisiones de contratación). En la edición de verano de 2020 de la revista Symphony, Aaron Flagg resumió la historia del racismo en las orquestas estadounidenses.
El 14 de septiembre, Alex Ross escribió un artículo en el New Yorker en cual citó con aprobación el punto de Kira Thurman: “la música clásica, como la blancura misma, con frecuencia no tiene marcas raciales y se presenta como universal, hasta que la gente de color comienza a interpretarla”. También destaca la política supremacista blanca de hombres como Handel (que invirtió en la esclavitud) y Henry Higginson, el fundador de la sinfónica de Boston. El 16 de septiembre, Vox afirmó que la Quinta Sinfonía de Beethoven es “predominantemente un recordatorio de la historia de exclusión y elitismo de la música clásica”.
En conjunto, estos artículos son la vanguardia de una tesis que recorre nuestra profesión en los Estados Unidos: nuestro campo es inherentemente racista y debe hacer enormes reformas de inmediato. Las orquestas, como la sinfónica de Dallas, están realizando llamadas de Zoom con sus miembros para mostrar cómo sus donantes y audiencia se reformarán para comprometerse con la diversidad racial. En respuesta a Ewell, las universidades están reevaluando cómo enseñar teoría musical.
No todos están de acuerdo.
El 16 de septiembre, Joshua Lawson en Federalist defendió la universalidad de Beethoven y comparó a los que “cancelarían” su música con los Neo-Marxistas. Al día siguiente, en el New York Post, el 17 de septiembre, Jonathan Tobin comparó a esos críticos con fascistas. Christopher Adkins, violonchelista principal de la sinfónica de Dallas durante 33 años, ha ridiculizado la parte de la declaración de la Liga de Orquestas Americanas que afirma que “la industria” ha impedido que los negros incluso escuchen música clásica, al tiempo que afirma que, gracias a las audiciones con cortinas -que el New York Times espera que terminen pronto-, la raza nunca ha sido un factor en las audiciones de orquesta. Zeyda Ruga Suzuki, una pianista cubana y alumna de Curtis, escribió en Facebook “ahora tengo 77 años y durante tres cuartos de siglo he amado esta música y he encontrado sustento, inspiración y guía en ella”. Recordó un comentario racista que le hizo un miembro de la audiencia belga en 1967, expresando sorpresa de que un cubano pudiera interpretar tan bien a Mozart, pero se niega a culpar a la música clásica por este incidente. Más tarde me escribió que, al crecer en Cuba, muchos de los músicos clásicos que admiraba y que le enseñaron eran negros.
Mientras continúa la conversación en Estados Unidos, parece que muchas personas e instituciones con enorme poder e influencia quisieran ver una reducción dramática en la frecuencia de interpretaciones de música de Bach, Beethoven, Mozart, Schubert, Brahms y otros. Cuando un amigo músico clásico que es negro preguntó en su muro de Facebook cuales compositores debemos “cancelar” uno de sus amigos respondió “todos los anteriores a 1945”.
II. Una Perspectiva Única
Mi propia opinión sobre la conversación está indisolublemente ligada a mi propia experiencia vivida. La tragedia del 11 de septiembre de 2001 me inspiró a fundar Cultures in Harmony en 2005. En los últimos 15 años los músicos de Cultures in Harmony han viajado desde Estados Unidos a diversos países: desde Pakistán hasta Papúa Nueva Guinea y México. En cada país tocamos un repertorio que combina las obras maestras de la música clásica de compositores europeos fallecidos hace mucho tiempo con la música clásica de compositores estadounidenses, así como piezas de las tradiciones locales: canciones famosas de Om Kalthoum en Egipto, o Loungas en Turquía, o canciones folklóricas en las Filipinas.
Me mudé a Kabul para enseñar en el Instituto Nacional de Música de Afganistán (ANIM) en 2010. Mientras, el fundador de ANIM, Ahmad Sarmast (el primer afgano con un doctorado en música) estaba buscando financiación para su escuela, un funcionario del Banco Mundial le preguntó: “¿Los niños afganos realmente necesitan a Beethoven?” El Dr. Sarmast respondió que Beethoven es patrimonio de la humanidad. Obtuvo su financiación.
Habiéndome asociado con practicantes de géneros musicales tradicionales y clásicos en India, Turquía, Qatar y Camerún, me desconcierta la idea de que solo la música clásica europea se enfrenta a la obligación moral de abrir aún más sus puertas ya abiertas. Aquí en México, los mariachis no enfrentan presión para incluir más músicos de ascendencia china o sudanesa. En cuanto a teoría musical, si viajas a la India para estudiar ragas, como ha hecho el gran intérprete de sitar mexicano Sidhartha Siliceo, no esperarías que tu educación incluyera el hip-hop. Entonces, la noción de que solo la música clásica occidental debe diversificarse, dado que su historia comenzó en el continente europeo hace mil años con Guido d’Arezzo, no me convence.
Después de mudarme de Afganistán a Argentina en 2014, tenía la esperanza de regresar a los EEUU en 2016, pero yo estaba tan disgustado por el racismo con la victoria de Trump que busqué deliberadamente mudarme a México, logrando conseguir un trabajo como concertino en Culiacán en 2017. Desde mi posición de exilio, condeno categóricamente el racismo tóxico que Trump ha convertido en ley, al tiempo que afirmo la universalidad de la gran música clásica. Los críticos radicales de la música clásica a mi izquierda parecen sordos a un atractivo universal que he vivido al lado de una carretera en Zimbabwe cuando tocaba para niños vendiendo caña de azúcar. Esos críticos y Trump son enemigos de una sociedad que debería buscar elevarse por encima de la política de identidad, en lugar de duplicarla.
Como concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional de México, estoy agradecido de que nuestra industria aquí en México no parezca estar haciendo las preguntas que hacen nuestros colegas en mi país de origen, y tengo curiosidad por saber por qué es así. Por eso, empecé a preguntar a músicos mexicanos destacados con experiencia en Estados Unidos.
III. Entrevistas
Primero, quise saber si músicos mexicanos han vivido discriminación basada en racismo o nacionalidad en Estados Unidos. El joven compositor Horacio Fernández, que actualmente estudia en la prestigiosa Juilliard School en Nueva York me dijo: “A lo largo de mi vida he tenido la bendición de no ser juzgado ni discriminado, pero estoy consciente de que ha sido porque siempre he navegado en entornos que abrazan la diversidad”. El pianista destacado Juan Pablo Horcasitas concuerda: “Honestamente, nunca he vivido la discriminación en Estados Unidos”.
Pero, lamentablemente no ha sido así para todos. La percusionista Mariana Ramírez afirma que sí ha vivido discriminación, “especialmente por ser mexicana, sobre todo en la universidad donde estudié en New Jersey, había mucho racismo hacia los mexicanos de parte de algunos maestros y alumnos. También en los restaurantes, bares y otros lugares había bastante discriminación contra los mexicanos al grado de no dejarme pasar a ciertos lugares por tener pasaporte mexicano. Pero desde que me mudé a New York no volví a vivir experiencias racistas, pues en New York hay gente de todo el mundo”. El compositor famoso Juan Trigos también dice: “Existe todavía mucho prejuicio hacia las personas con orígenes no estadounidenses. Los prejuicios, la intolerancia y los clichés nacen de la ignorancia, que no es un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos. Asimismo, noto una tendencia a separar a los diferentes grupos (compositores, ejecutantes, público), con el afán de cumplir con una supuesta ‘igualdad racial’ o de género’ pero en realidad aísla y remarca aún más las diferencias”.
Hay varios tipos de discriminación en Estados Unidos, incluyendo ideas de la izquierda acerca de cómo debe ser una persona no "blanca". Ramírez observa que "en varias ocasiones esperan a que me comporte de alguna manera cierta, no cumplo con las características físicas que ellos conocen de las mujeres mexicanas". Trigos nota que cuando se habla de música mexicana, se piensa en música comercial ‘pseudo popular,’ en lugar del folklore verdadero y de la música culta”.
¿Ha sido ventaja o desventaja ser mexicano? Saúl Bitrán, violinista del Cuarteto Latinoamericano, dice que ser mexicano en Estados Unidos “puede haber despertado curiosidad, pero al final del día eres juzgado por tu nivel”. Fernández afirma que ser mexicano “ha sido una gran ventaja en términos de lograr que mi música se sienta diferente y única de la música de otros. Sin embargo, no puedo evitar sospechar que las personas de la academia podrían inclinarse a hacer suposiciones sobre mi música basándose en el hecho de que soy muy abierto sobre mis inspiraciones latinas”.
Trigos dice que “se recibe y disfruta la música por ella misma, por su originalidad y belleza, sin importar el género, ideología o color de piel. La desventaja es cuando se considera que por ser mexicano (o no estadounidense), no se tienen las suficientes calificaciones y por prejuicio se encajona a los artistas para realizar un cierto tipo de música”.
Ahora, quise concentrar la conversación aquí: si bien los músicos mexicanos en Estados Unidos conocen el diálogo sobre el racismo allá, ¿por qué ese diálogo casi no existe en México?
Bitrán dice que “la narrativa oficial utiliza la palabra ‘mestizo’ para definir al pueblo mexicano en general. Sin embargo, sabemos que esto no es así en absoluto, y el color de piel es determinante para tener mejores oportunidades laborales. La conversación sobre el racismo está ausente en la música clásica simplemente porque está ausente en la sociedad mexicana en general. Espero fervientemente que se aborde en algún momento, aunque requeriría una profunda transformación en la forma en que vemos nuestro país”.
Fernández piensa que “el hecho de que México sea una comunidad mucho más homogénea que la de Estados Unidos [es] importante, pero eso no significa que el problema sea inexistente. En México hay un gran problema con la discriminación contra la gente indígena. Se espera que este problema se aborde con más seriedad en el futuro. En México estamos más inclinados a colocar a los músicos y al arte extranjeros, en particular a los que vienen de Europa, a un nivel más alto que el de nuestra propia cultura”. Ramírez observa que “México tiene muy arraigado la idiosincrasia del clasicismo en donde es más importante tener dinero y ser de piel clara. Esto también da pie al malinchismo en el cual a veces preferimos gente de otros países. Creo que todo esto viene desde la conquista de los españoles, pues fue una manera práctica de conquistarnos, inculcando ideas de inferioridad y de vergüenza hacia nuestra propia piel y cultura”. Trigos dice: “enfocaría el asunto hacia el clasismo más que al racismo, pero sobre todo a la misógina. Hay cierta aceptación de las intérpretes femeninas, pero sigue siendo muy difícil para la sociedad masculina aceptar a una mujer inteligente, sensible y, particularmente en las artes, creativa”. Horcasitas dice que “sería un gran paso para que México como país tenga una protección legal contra el racismo. Entonces, cuando suceda, se aplicará a todas las organizaciones, incluidas las orquestas”.
Quise saber qué piensan estos músicos mexicanos tan destacados sobre las ideas de Philip Ewell, quien nos dice que solo pensamos que Beethoven es bueno por el racismo. ¿Llegaría esta idea a México? La generación de músicos más jóvenes (el compositor Fernández y la percusionista Ramírez) están más abiertos a considerar la idea. Ramírez me dice que “es algo que recalcar en México también. Pues por nuestra historia e influencia europea, también creemos que ser blanco o los blancos son mejores que los mismos nuestros”. Fernández admite que “es muy poco probable que los músicos más grandes en México acepten ideas como esa, precisamente por la alta estima que esas generaciones tienen de la música europea. Los músicos jóvenes que están más acostumbrados a las redes sociales y siguen tendencias tienen más probabilidades de escuchar esta opinión y convencerse porque ciertos influencers defienden esas ideas, que es mi caso. No creo que la gente empiece a pedir un boicot a la música de Beethoven, las personas que lo defienden son muy pocas y mi impresión es que no se las toma muy en serio”.
Músicos de la generación más grande resisten más la idea. Trigos duda que “este planteamiento pueda permear en lo cultural a México o a cualquier otro país y así lo espero. [Philip Ewell] habla desde un punto de vista de la teoría musical, la cual se podría discutir seguramente, pero hace a un lado al arte, que entra por los sentidos, y al talento artístico que va más allá de lo teórico, tratando de minimizarlo. Esta es una tendencia muy difundida en estos días con la que difiero por su propensión a justificar la mediocridad. Es importante aprender como sociedad a erradicar todo tipo de represión y prejuicio por motivos de género, nacionalidad o color de piel, así como tener acceso a la educación, gozar de las mismas oportunidades para exponer nuestras ideas y desarrollarnos como individuos. Sin embargo, esto no convierte en artistas a todas las personas. Ser incluyente es importante, pero no se debe confundir con el talento. La creatividad artística es un don, algunas personas la tienen y otras no, sin importar su condición social, género o raza. Por último, diría que México es un país con una riquísima tradición cultural. Por un lado, la enorme herencia indígena y por el otro la española y con ella la europea (en parte árabe), que trajeron consigo. Es imposible dividirla, no tendría sentido, ambas son parte de nosotros”.
Bitrán, cuyo cuarteto ha sido muy reconocido por sus interpretaciones de los grandes cuartetos de Beethoven, siente que Ewell “está sesgado en la otra dirección. Incluso si México tuviera un nivel de conciencia lo suficientemente alto sobre temas de igualdad de género como para comenzar a cuestionar postulados culturales bien arraigados (y algunos segmentos de la sociedad mexicana ya lo tienen), espero que no llegue a ese extremo, que en mi opinión es no menos intolerante que la desigualdad de género. Basta juzgar por sí misma la música de Beethoven para encontrar su inconmensurable genio”.
Entonces, ¿que se puede hacer en México para lidiar contra el racismo dentro de la música clásica? Ramírez propone que se invite “a la plática abierta en las instituciones de este tema. Se podrían hacer juntas en donde los mismos miembros de la orquesta o ensambles platiquen del tema y propongan soluciones culturales para entender y eliminar el racismo en México. Desafortunadamente, en México también hay racismo, pero no se habla de ello abiertamente y lo mismo sucede con el clasismo. Se podría difundir más música tradicional y compartir información de cómo las culturas indígenas mexicanas aportaron ritmos y tradiciones a esta música que nos hace sentir tan orgullosos de ser mexicanos. Creo que, si el público tiene más información de que esas piezas han sido influenciadas por culturas indígenas, pueden sentirse más orgullosos del legado que nos han dejado los pueblos indígenas”.
Trigos tienes unas palabras de precaución: “bajar el nivel cultural no es la solución, más bien se trata de hacer un esfuerzo para que cualquiera tenga acceso a este mundo. En lo que se refiere a la música nacional, hay un problema de malinchismo muy arraigado en el país. Se podría combatir promocionando sistemáticamente a los artistas nacionales (compositores e intérpretes) del pasado y actuales, por medio de encargo de obra, conciertos, discos y videos”.
IV. México y Estados Unidos: por supuesto no son lo mismo
Antes de la pandemia, la Orquesta Sinfónica Nacional tocaba regularmente música de los compositores europeos, blancos y muertos ante el público que llenaba el Palacio de Bellas Artes y hacía eco con sus ovaciones de pie. Lo que hace que esto sea aún más sorprendente: en comparación con Estados Unidos, las audiencias mexicanas son naturalmente más diversas en términos de color de piel, edad y antecedentes socioeconómicos, tal vez debido a los precios de las entradas que, gracias al apoyo estatal a las artes, son significativamente más baratos aquí, incluso después de considerar las diferencias macroeconómicas entre Estados Unidos y México.
Muchas instituciones musicales estadounidenses se construyeron en el siglo XIX como templos de las culturas europeas que acababan de dejar los nuevos inmigrantes; incluso los compositores estadounidenses fueron apartados durante décadas. Por otro lado, muchas de las instituciones más importantes de México fueron fundadas por hombres que fueron compositores mexicanos: Chávez, Revueltas, Ponce.
Más importante aún, y como los músicos mexicanos arriba observaron, la música clásica experimenta lo que hace el resto de la sociedad. Hasta hace relativamente poco tiempo en nuestra historia, la política oficial del gobierno de Estados Unidos era explícitamente racista. La retórica de forjar una nueva identidad estadounidense en realidad se refería a permitir que diferentes culturas de Europa se mezclaran: negros, chinos, mexicanos y nativos americanos fueron deliberadamente excluidos de reclamar la identidad estadounidense.
México, como observó Saúl Bitrán, ha buscado durante dos siglos forjar una nueva identidad mexicana que eludiría las diferencias. Este acto de elisión podría, para sus críticos, constituir un borrón, pero ha tenido bastante éxito en convencer a la mayoría de los mexicanos de que la raza no tiene por qué ser uno de los temas más destacados discutidos o abordados por la sociedad mexicana moderna.
Por lo tanto, muchos de mis colegas aquí podrían sentir que, en este caso particular, la música clásica mexicana es inmune al virus intelectual que azota a nuestros vecinos del norte. Muchos mexicanos, si leen acerca de las luchas raciales en Estados Unidos, pueden felicitarse observando que los mexicanos son en su mayoría mestizos, que el racismo aflige al alma yanqui pero no a la mexicana. Como observador externo, estaría de acuerdo en que el racismo no parece tan canceroso aquí como en mi país de origen.
Sin embargo, Benito Juárez fue el último presidente mexicano con más ascendencia indígena que europea. El racismo dirigido a Yalitza Aparicio en las redes sociales ha sido espantoso. Un vistazo rápido a las fotos de los mexicanos más ricos y poderosos revela que su piel tiende a ser de color más claro que la del ciudadano promedio. México, al igual que Estados Unidos, esclavizó a negros africanos, es un país de inmigrantes (tanto Salma Hayek como Carlos Slim tienen padres nacidos en el Líbano), y tiene una población mucho mayor (en porcentaje y en números absolutos) que se identifica como indígena. En algún momento, la sociedad mexicana comenzará a abordar seriamente el impacto y el legado de la discriminación basada en el color de la piel dentro de sus fronteras. Cuando lo haga, la música clásica no podrá escapar de esa conversación.
V. Recomendaciones
Espero que los mexicanos que inician este diálogo puedan tomar en cuenta las recomendaciones siguientes:
- No es necesario pensar “eso o ese” cuando se puede pensar “eso y ese”. Crecemos agregando al repertorio, no quitando.
- Se puede apoyar más a las orquestas juveniles que dan oportunidad a los niños de bajos recursos.
- Se puede incluir más música mexicana aún, tal vez enfatizando conexiones abstractas que un público fácilmente podría percibir: Trigos con Mozart, el “Trifolium” de Gabriela Ortiz al lado de un trio de Schubert, Felipe Pérez Santiago con Scriabin o Ravel, Horacio Fernández y Juan Pablo Contreras al lado de Dvorak o Bartok.
- Apoderar y centrar a pueblos indígenas muy aislados para que sus tradiciones musicales sobrevivan. En agosto de 2019 visité a Romayne Wheeler, el pianista estadounidense que vive con la gente Rarámuri en la Sierra Tarahumara de Chihuahua. Todas sus ganancias van a las comunidades de allí: para salud y educación. Además, él ha dado clases de piano a los que quieren, logrando que Romeyno Gutiérrez (cuyo padre le nombró por su maestro) ha sido reconocido como el primer pianista Rarámuri. Merecen más apoyo sus esfuerzos.
- Cada músico debe pensarse como ciudadano, ante todo. Tocar estudios de Kreutzer y participar en una manifestación: ambos son parte de nuestra trayectoria.
- Considerar la idea de que el racismo en la música clásica refleja racismo en la sociedad, y no necesariamente indica que nuestro arte es inherentemente racista.
La CDMX festejará su cumpleaños 700 en el año 2025, un año en cual los músicos desde Australia a Argentina tocarán mucho de Ravel, por su cumpleaños 150. Es más probable que se pueda escuchar “Emperatriz de las Pagodas” (de la Suite “Mamá la Oca”) ese año en el Palacio de Bellas Artes que en el Carnegie Hall, porque, si la plática cultural sigue como está ahora en Estados Unidos, esa obra de Ravel ya será denunciada como apropiación cultural, y Ravel en sí será denunciado como un hombre blanco que vivió en una república imperialista. Espero que en México se escuche sin sentir culpa la música de Ravel, programado al lado de música mexicana (también llena de colores) para festejar el cumpleaños de la CDMX: música creada por mexicanos vivos y muertos, mujeres y hombres, de ascendencia indígena, español, negra, y más. Este México magnífico, esta tierra mágica de mezcal, montañas, mariachi y multitudes, siempre y solo ha sido una nación que dice “eso Y ese”.
William Harvey. Profesor de Violín, Escuela de Bellas Artes de la Universidad Panamericana; Concertino, Orquesta Sinfónica Nacional.
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