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Escrito por Dra. Griselda Dávila Aragón, Profesora del Doctorado en Ciencias Empresariales
en noviembre 13, 2025

En un país expuesto a robos, inundaciones y sismos, hablar de riesgo es hablar de realidad. ¿Hemos aprendido a protegernos?

¿Qué viene a la mente si escuchamos la palabra “riesgo”? Connota tantos significados y clasificaciones que podríamos escribir una enciclopedia con solo este concepto, generalmente viene a la mente un accidente, enfermedades, desastres naturales, asalto o la muerte. ¿Y si mencionamos “protección”?, Confió que la primer palabra en su mente sea “seguro”.  Sin embargo, en México, asegurar nuestra salud, vida y bienes aún no es un hábito ni prioridad.

De acuerdo con datos de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS), sólo entre el 27 y 32% del parque vehicular en el país cuenta con un seguro, a pesar de ser obligatorio desde 2014. Apenas el 20% de la población económicamente activa (PEA) tienen contratado un seguro de vida individual, 8% un seguro de gastos médicos mayores y tan solo el 6.5% de las viviendas están aseguradas.  Lo anterior ejemplifica la enorme brecha en la cultura financiera de prevención.

El automóvil es, para muchos de nuestros conciudadanos, la materialización de un esfuerzo para contar con un medio de transporte seguro, cómodo y que dé libertad de movimiento.  Protegerlo parecería una prioridad evidente que, sin embargo, las estadísticas no reflejan.  Y si así ocurre con el automóvil, ¿qué podemos decir del hogar, el espacio que resguarda lo más valioso: nuestra familia y nuestro patrimonio?

 

Aseguramiento como decisión vital para personas

 

Estamos a unas cuantas semanas de los festejos decembrinos, fechas en que las familias se reúnen y las viviendas permanecen solas por horas o días y los robos a casa habitación aumentan significativamente. Pero el robo no es el único riesgo: México es un país sísmico y la historia nos lo ha recordado en varias ocasiones.  La mayoría de los lectores tendrán recuerdos del sismo de 1985 pero con seguridad fueron testigos del terremoto de 2017.  El 19 de septiembre de 2017 fuimos todos actores de la tragedia que unió a nuestra ciudad como solo un evento de esa magnitud lo hace al evidenciar la vulnerabilidad del ser humano ante los desastres naturales.  Al riesgo de sismo se suman los de incendio, fugas de agua, accidentes domésticos que pueden destruir en minutos lo que tomó años construir. 

Recuerdo hace un par de años, un amigo salió como todos los días a trabajar; cerró su casa con doble llave, revisó las llaves de gas y agua, así como no dejar nada que no fuera necesario conectado.  Al regresar a su casa, antes de abrir la puerta sintió ¡agua bajo sus pies!  Vaya sorpresa al entrar a su departamento y encontrar ¡cosas flotando!  El vecino del departamento superior no detectó a tiempo una fuga, ésta se agravó durante el día, la tubería reventó y terminó inundando ese departamento y el de mi amigo.  El daño no fue sólo de sus muebles, ropa, zapatos y enseres… la reparación de los pisos dañados, closets y los daños que el agua causó representaron una fuerte erogación de dinero.  En los últimos años, son cada vez más frecuentes las inundaciones por lluvias intensas que han obligado a muchas comunidades a abandonar sus viviendas y bienes.  

Frente a los escenarios anteriores, la prevención física como alarmas contra robo, mantenimiento y medidas de seguridad son necesarias pero insuficientes. Es justo en esta brecha donde el seguro como mecanismo financiero de transferencia del riesgo.

El seguro es un instrumento de transferencia del riesgo. Por medio de una cantidad fija (prima de seguro), la aseguradora asume el compromiso de cubrir los costos derivados de un siniestro bajo las condiciones establecidas en la póliza. Es, en términos financieros, una decisión racional de gestión de riesgo, que transforma una pérdida potencial catastrófica en un costo controlado.  Un seguro es la compra de un contrato que se desea no utilizar, pero, en caso de requerirlo, puede representar la diferencia entre perderlo todo o recuperar la estabilidad económica.

La prevención debe ocupar un lugar prioritario en nuestro presupuesto familiar y con ello, los seguros.  Acudir con un agente de seguros, informarse y elegir la cobertura más adecuada según nuestro perfil de riesgo, edad, condiciones familiares y patrimonio debe ser una decisión consciente y planificada, orientada a proteger nuestra salud, vida y bienes materiales, pero también la estabilidad económica y emocional de nuestra familia.  Incorporar el seguro en nuestra estrategia financiera permitirá anticiparnos a los imprevistos, mitigar sus efectos y garantizar la continuidad de nuestros proyectos personales y familiares ante eventualidades.

Anticiparnos al riesgo será siempre la mejor estrategia financiera.  La protección no solo resguarda bienes, también representa un sueño tranquilo y sereno.

 

Dra. Griselda Dávila Aragón

Secretaria Académica & Profesor Investigador

Scripta: https://scripta.up.edu.mx/entities/person/gdavila

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