“Nadie puede morir sin haber escuchado a Mahler”. Estas palabras me las dijo una querida amiga mientras manejábamos en una tarde normal de tránsito en la caótica Ciudad de México. Su frase me llenó de curiosidad. “¿Qué podría tener la música de Mahler que pudiera significar tanto para ella?” —pensé mientras le respondía negativamente. Su asombro fue enorme y muy decididamente tomó su celular y me dijo: —“Es momento de que escuches a Mahler”.
Puedo entender su sorpresa. Las dos somos estudiantes de la carrera profesional de música y parecería normal tener que conocer sobre música cuando eso es lo que estás estudiando, ¿no? Pues no. Hablar de música y estudiarla comprende adentrarse a un mundo muy extenso: su historia a través de tantos años; el desarrollo que ha tenido; la cantidad de extraordinarios y diferentes compositores que han dejado su legado musical y los variados estilos y contrastantes periodos que se pueden encontrar, por mencionar algunas características, pueden hacer que el simple deseo de conocer un poco más resulte abrumador y no se sepa ni por dónde empezar. Así lo pienso puesto que yo, aún siendo estudiante de la carrera de música, tenía una posición muy clara: “A mí no me gusta la música clásica”.
Sin embargo, su frase seguía resonando en mi mente y hacía crecer mi curiosidad: “Nadie puede morir sin haber escuchado a Mahler”. ¿Quién era ese Mahler?, ¿cómo se escribía su nombre?, ¿de dónde era?, ¿cuándo vivió?, ¿qué compuso? y sobre todo ¿qué es lo hace tan especial?
Mi amiga comenzó a darme una pequeña introducción de lo que escucharía mientras recorría sus listas de música en búsqueda de la pieza escogida. Una vez que llegó a ella oprimió el botón de ‘reproducir’ y en las bocinas del coche comenzó a sonar Sinfonía no. 2 en Do menor de Mahler, conocida también como “La Resurrección”.[1] No podría expresar completamente con palabras el impacto emocional que significó. Cada espacio de mi cabeza daba vueltas al escuchar entrar y salir los instrumentos mientras se sumaban para formar extraordinaria armonía, mi corazón estaba expectante de lo que sucedería después, tenía la piel chinita y lloré de emoción cuando llegamos a los momentos más sublimes.
“A mí no me gusta la música clásica”. Eso pensaba yo. Pero esa tarde cambió mi perspectiva; esa tarde comprendí que lo que sucedía en realidad era que no la conocía y no la entendía. Al final, creo que nadie ama lo que no conoce y nadie aprecia lo que no entiende.
Si algo quisiera lograr con estas líneas es despertar la curiosidad de alguien más, es animarlo a reflexionar: quizá la música clásica está esperando que le des una oportunidad para cautivarte y llenar tu vida.
Yo, desde ese momento y hasta hoy, trato de recordarme constantemente lo poco que sé sobre la música, lo mucho que me falta por aprender y lo emocionante que puede ser cada paso que se da en la interminable búsqueda de la Belleza.
[1] Mahler, G. Filarmónica de Munich y Valery Gergiev. Mahler: Symphony No. 2 “Resurrection”, (2016)
Gustav Mahler
Annie Ponce es estudiante de Educación Musical y Flauta Transversa en la Licenciatura en Música e Innovación en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Panamericana.
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