Cuando el curso de la pulsión forma

Cuando el curso de la pulsión forma

Biól. Baldo Altube Moreno

-¡Güey, traigo una rachita ganadora! Estoy pasando todas las materias, me están buscando tres niñas y ya salí con dos, mis jefes están contentos y están aflojando la nave, ando con todo en el gym y por si fuera poco, voy a aplicar solamente tres finales!

-¡Ay gúero! ¿Cómo le haces? ¡Pasa la receta!

Lo anterior lo tomo de un diálogo entre dos chavos, que a su vez estaban en una bolita de ocho -en donde los restantes sostenían intensos diálogos internos con alguna aplicación o red social, ve tú a saber-, sentados o acostados bajo el intenso rayo del sol en las posiciones más inverosímiles en una de las muy cómodas vigas de madera del jardín.

Desde la perspectiva del chavo, el booster o impulso es algo que debe aprovecharse. Se debe hacer porque a veces dura poco o porque llega un momento en que otro impulso -que quizá vaya en contrasentido- lo opacará o simplemente lo disminuirá en su potencia vectorial.

El chavo es eso, ensalada de impulsos, plato atiborrado de lo que ofrece el bufete de las emociones: risas que de súbito se transforman en intromisión, creación desaforada que termina en nada o por el contrario, genera los más increíbles proyectos que podrían culminar en geniales emprendimientos o exitosos negocios.

La pulsión se entiende entonces de manera diferente en el adolescente, porque este es presa del crecimiento y -afortunadamente para él- de la pasión por empezar a ser. Es receptor fácil de todos los embates de la cultura alienante, es reservorio y granero de todas las semillas que cosecha en el transcurso y que potencialmente podrán germinar en árboles frondosos, en plántulas quebradizas o ser devoradas por los gorgojos del trasiego. La pulsión o impulso por ser, deseo irrefrenable, ánimo desbocado, proyectil lanzado por la catapulta que derrumba puertas cerradas, muros de imposibilidad y barricadas de negación debe aprovecharse y tratar de conducirse con vehemente humanidad. Para lograrlo, un chico pide ser escuchado, concedido en una segunda, tercera o “enente” oportunidad de volver a intentarlo.

Si realmente te eriges como Profesor, debes acompañar ese poderoso pulso, tratar de conducirlo en la medida de lo posible, pero sin buscar dominarlo o imponerle un rumbo que lo empobrezca. Si acaso pasara por tu buena intención darle un curso con frases tales como “así debe de ser”, “esto es lo correcto” o “más vale hacer lo que te dicen”; nunca sabrás lo que ese germen alojaba.

Aunque también existe lugar para el fracaso, la tristeza, la postergación de los deberes y el irremediable juicio social de un medio acostumbrado al éxito constante sin enfoque en el myself. Esta circunstancia es acompañada por una pulsión en otro sentido, generalmente denostada, reprobada y mal catalogada por una sociedad ávida de la superficialidad de narrar solamente éxitos. Estos contrapulsos resultan interesantes porque si eres capaz de al menos escucharlos y consecuentemente, quizá entenderlos, estarás colocando el algodoncito con agua para que germine la semilla de la confianza de un arbolillo que ha sido apagado por una extenuante sequía en su breve camino.

Las pulsiones son oportunidades de supervivencia, que viven en todos nosotros, pero que un mentor debe ser capaz de identificar, entender, quizá guiar, pero nunca opacar.