“¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicarlo, ya no lo sé”.
Estas palabras de San Agustín de Hipona capturan la paradoja de uno de los conceptos más esquivos y fascinantes para la mente humana.
Desde la antigüedad, los seres humanos han sido conscientes de que la vida no es estática, lo que ha llevado a innumerables reflexiones sobre la naturaleza y esencia del tiempo.
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En este artículo, exploraremos la mirada filosófica de algunos de los más grandes pensadores que han intentado desentrañar este misterio, con el fin de entender mejor uno de los mayores tópicos de la historia de la humanidad:
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La filosofía antigua nos ofrece los primeros intentos sistemáticos por comprender este fenómeno. Parménides y Heráclito, dos filósofos presocráticos, presentaron visiones aparentemente opuestas, pero que pueden ser complementarias.
Para Parménides, el tiempo es una ilusión; solo el ser eterno y estático es real. Todo lo que es, es y lo que no es, no es. Así, el pasado no puede dejar de ser y todo el futuro ya es. Somos los seres humanos los que ven al Ser por partes, como si viéramos los fotogramas de una película completa.
Heráclito, por otro lado, sostiene que el cambio es la única constante. En su visión, el tiempo es el flujo perpetuo en el que todo se transforma; nada permanece igual, y el devenir es la esencia misma de la realidad.
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Un siglo y medio más tarde, Aristóteles introduce una visión más empírica del tiempo. En su obra Física, Aristóteles lo define como la medida del cambio con respecto al "antes" y el "después". Un número que depende del sujeto que mide.
De hecho, distingue el Kairós de kronos. Mientras que krónos es el tiempo medido en segundos, minutos y horas, kairós se refiere al "momento oportuno" o "momento adecuado" para actuar o tomar una decisión.
Así, Aristóteles reconoce que no podemos hablar del tiempo sin el factor del cambio (aunque para él no son la misma cosa), pues cuando en nuestra alma no cambia nada, no podemos advertir su paso.
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San Agustín retoma la discusión empezada por los filósofos griegos desde una perspectiva introspectiva y teológica. En su obra Confesiones, su reflexión va más allá de la física y se adentra en la experiencia humana y la eternidad divina.
Cabe destacar que el teólogo no concibe la existencia del pasado o del futuro, ya que el primero ha dejado de existir y el segundo no existe aún.
Para el santo, se trata de una extensión del alma, una tensión entre la memoria (pasado), la atención (presente) y la expectativa (futuro). Esta tridimensionalidad en la mente humana revela que, más que una entidad objetiva, el tiempo es un fenómeno subjetivo.
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Ya situado en pleno siglo XVIII y posterior al auge del pensamiento racionalista y empirista, Immanuel Kant, en su idealismo trascendental, da un giro radical a este concepto al sugerir que no es algo que existe por sí mismo, sino una forma de nuestra intuición sensorial.
En la Crítica de la razón pura, postula que el tiempo es una estructura independiente de la experiencia sensible con la que el sujeto configura los fenómenos externos poder experimentarlos y comprenderlos.
El tiempo, entonces, no es algo que está "allá afuera", sino una condición inherente a nuestra capacidad para percibir y entender el mundo.
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Aproximadamente un siglo después, Henri Bergson desafía la concepción científica del tiempo como algo cuantificable y homogéneo. En su obra Tiempo y libre albedrío, Bergson introduce la idea de la “duración” (durée), un periodo cualitativo que se experimenta subjetivamente, por nuestra conciencia, y que es diferente del tiempo matemático.
La duración es el tiempo vivido, una continuidad ininterrumpida que no puede ser fragmentada en unidades discretas sin perder su esencia. Por lo tanto, para Bergson, el tiempo real es el transcurrir de la experiencia, no el del reloj.
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Martin Heidegger, quien publica su obra Ser y tiempo en la tercera década del siglo XX, critica las concepciones tradicionales y propone que el ser humano no solo vive en el devenir, sino que es tiempo.
De esta manera, no se trata de una secuencia de momentos medibles, sino de la estructura de la existencia humana.
La temporalidad es la condición que permite al ser humano proyectarse hacia el futuro, recordar el pasado y vivir en el presente, lo que hace de nuestra idea del tiempo una experiencia profundamente personal.
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Finalmente, Julia Kristeva, cuyo trabajo se inserta en el ámbito contemporáneo, introduce una perspectiva psicoanalítica y lingüística. En su obra El tiempo sensible, la filósofa analiza cómo la subjetividad se configura en la relación entre el tiempo y el lenguaje.
Para ella, el tiempo no solo es vivido sino también lo representado y simbolizado, y es a través de estas representaciones que el individuo construye su identidad y su experiencia de vida.
A lo largo de los siglos, el tiempo ha sido un enigma que ha atraído a los más grandes pensadores de la humanidad y cada uno ha aportado una pieza al rompecabezas de su comprensión.
Hoy en día, la filosofía sigue dialogando con otros campos del saber, como la física y las neurociencias, para ampliar nuestro entendimiento sobre este fenómeno.
Las preguntas sobre el tiempo siguen siendo tan vibrantes y esenciales como siempre, ya que nos invitan a explorar sobre el sentido de nuestra propia existencia y el cosmos en el que habitamos. Ahora que has llegado hasta aquí, para ti, ¿qué es el tiempo?
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