La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en el artículo 83, menciona: “El Presidente entrará a ejercer su cargo el 1º. de octubre, durará en él seis años. El ciudadano que haya desempeñado el cargo […] en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”.
Pero esto no siempre fue así. El tiempo que ostentaba una persona el poder ejecutivo ha variado con el tiempo (a veces 4 y a veces hasta 8 años). A su vez, en ciertos momentos de la historia los gobernantes renovaron su mandato múltiples veces, lo que dio lugar a dictaduras.
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¿Qué tuvo entonces que pasar en México para que el presidente durara sólo 6 años y no pudiera reelegirse? Aquí te lo contamos:
Primeros pasos
La primera constitución que se promulgó en el México Independiente fue la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1824.
Este documento, adoptado después de la consumación de nuestra independencia, estableció el marco de un sistema federal inspirado en el modelo de los Estados Unidos y buscó organizar un país en formación.
Con esta constitución, el tiempo en el cargo se fijó en 4 años, una medida diseñada para equilibrar la duración de los cargos en el Congreso (los diputados eran elegidos cada 2 años y los senadores cada 6), y evitar que un mismo individuo concentrara el poder.
En 1830, Guadalupe Victoria impulsó la idea de extender el cargo a 6 años. Esta propuesta surgió de la necesidad de dar continuidad a las políticas públicas y de consolidar un gobierno más estable.
Pero no fue hasta 1836, con las Siete Leyes Constitucionales, que se experimentó con un periodo incluso mayor (8 años). Este experimento, aunque audaz, mostró sus limitaciones, ya que un turno tan prolongado favorecía un solo tipo de mandato y la falta de renovación.
Con la Constitución de 1857 se volvió a instaurar el lapso de 4 años, e incluso se permitió la reelección indefinida, lo que generó fuertes debates y enfrentamientos políticos.
La ley que frenó la concentración del poder
En 1903, Porfirio Díaz, en busca de justificar su larga permanencia en la presidencia, abogó por un ciclo sexenal y abusó de la reelección.
En ese sentido, la idea del sexenio no implicaba una limitación real, sino que se transformó en un instrumento para garantizar la continuidad del gobierno de Díaz.
La situación desembocó en la Revolución Mexicana, donde uno de los ejes fue precisamente romper con la perpetuación de un mismo líder en el poder.
Fue hasta con Lázaro Cárdenas que, luego de la reforma constitucional de 1928, se consolidó el sexenio y se prohibió que el poder Ejecutivo pudiera aspirar a un periodo consecutivo.
Esta historia nos invita a reflexionar sobre cómo las leyes, por más rígidas que parezcan, son fruto de procesos históricos intensos y de respuestas a las necesidades específicas de cada época.
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La clave está en reconocer tanto las ventajas como las limitaciones del sexenio y pensar en alternativas capaces de mejorar el sistema en el futuro, sin perder de vista el delicado equilibrio entre estabilidad y renovación. ¿Qué ajustes crees que podrían aportar a un sistema político más justo y eficaz?
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