El interés personal y la competencia tienen un papel indispensable en una economía de mercado. El cual, en ambos casos, fue descrito por Adam Smith hace más de 200 años y todavía sirve como fundamento para poder comprender su funcionamiento.
El interés personal: motor de la actividad económica
El motivo de fondo por el que la gente trabaja y estudia es porque, en buena medida, está interesada en sí misma, en su crecimiento personal. Este tipo de interés hace alusión al hecho de que cada persona busca un beneficio personal a través de sus acciones.
Trabajamos porque queremos poder comprar cuanto nos convenga, y estudiamos para poder conseguir mejores trabajos y contar con la posibilidad de adquirir más bienes.
La mayor parte de la actividad económica que nos circunda es resultado de un comportamiento cuya base es el interés personal. Adam Smith lo describió así: "No es debido a la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que podemos esperar el alimento, sino a la consecución de su interés personal".
Entonces, ¿por qué cada individuo decide llevar a cabo su trabajo? La respuesta se halla en el interés personal. Es mientras que los individuos sirven a su propio interés que producen bienes valiosos para el resto de integrantes de la sociedad.
El milagro de un sistema económico de mercado es que el interés personal promueve un comportamiento del que los demás se benefician. ¿Es codicioso quien debe interesarse por sí mismo? ¿Es inmoral? Si bien el término interés personal posee connotaciones negativas, no las implica forzosamente.
La competencia: regulador de la actividad económica
La competencia controla el aumento indiscriminado de los costos, ya que, en esencia, lo que controla es el abuso del interés personal.
El valor de la oferta, en cuanto productos o servicios, puede reducirse a estos tres factores: calidad, precio y conveniencia. La competencia, entonces, regula la relación entre los tres y preserva la salud económica de la sociedad al poner límites al poder del interés personal sobre el público.
En el juego de intereses personales, la competencia, de manera espontánea, constituye un límite para el aprovechamiento desmesurado que pudiera valerse de uno de tales factores a expensas del bienestar público.
Regulación
Adam Smith llamó “la mano invisible” a las fuerzas opuestas, y asimismo complementarias, del interés personal y la competencia: aún a pesar de que productores y consumidores no actúan con la intención de satisfacer las necesidades de los demás o de la sociedad, lo hacen.
El objetivo de quienes trabajan consiste en adquirir dinero, pero en el proceso proporcionan bienes o servicios que benefician a los demás miembros de la sociedad. Lo sorprendente de tal proceso es que, para ser efectivo, requiere de escaso control gubernamental.
En palabras de Smith: "al dirigir una industria de tal modo que su producción pueda ofrecer un mayor valor, uno sólo busca su propia ganancia, y al hacerlo, como en muchos otros casos, está dirigido por una mano invisible que lo lleva a promover un fin que no formaba parte de su intención".
La discusión en torno al interés personal y la competencia suele resultar en una sobre el papel apropiado de la regulación gubernamental. Algunos consideran que la economía de mercado es intrínsecamente autorreguladora, mientras que otros enfatizan la posibilidad de fraude y abogan por la participación activa del gobierno.
¿Qué no un gran número de oposiciones entre grupos políticos se relaciona con la cuestión de cuánto control gubernamental es necesario para regular la economía?
El interés personal y la competencia son fuerzas económicas cruciales. Una alimenta el despliegue de la actividad económica, la otra la regula. Convenir en y determinar la proporción idónea entre ambas es lo que parece increíblemente difícil de concluir.
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