La atención en salud, en su labor de salvar vidas y procurar el bienestar, genera toneladas de desperdicios que, de no manejarse adecuadamente, pueden convertirse en un problema serio para la salud pública y para el medioambiente.
Pese a que cerca del 85% de estos desechos no representan un riesgo mayor y podrían tratarse como desechos normales, el porcentaje restante resulta altamente peligroso.
En respuesta, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha desarrollado criterios específicos para clasificarlos y establecido estrategias para manipularlos correctamente.
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Compartimos las categorías en cuestión, sus implicaciones y las mejores prácticas para un manejo eficiente y seguro dentro de los centros de atención.
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Clasificación según la OMS
La clasificación de residuos sanitarios establecida por la OMS incluye siete categorías principales, cada una con características y riesgos específicos:
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Infecciosos:
Materiales contaminados con sangre u otros fluidos corporales, cultivos microbiológicos, excreciones y elementos provenientes de pacientes con enfermedades infecciosas.
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Anatomopatológicos:
Tejidos humanos, órganos, fetos y fluidos biológicos desechados, así como restos de animales utilizados en investigación.
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Punzocortantes:
Objetos que pueden perforar la piel, como agujas, bisturíes, vidrios rotos y otros materiales cortantes empleados en procedimientos médicos.
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Químicos:
Sustancias empleadas en laboratorios y tratamientos médicos, como solventes, reactivos, desinfectantes y metales pesados.
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Farmacéuticos y citotóxicos:
Medicamentos vencidos, sobras de tratamientos y desechos de fármacos para eliminar células, que pueden tener efectos genotóxicos.
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Radiactivos:
Elementos contaminados con radionucleidos, derivados de procesos de diagnóstico y tratamiento oncológico.
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Comunes o no peligrosos:
Materiales que no representan un riesgo biológico, químico o radiactivo, como papel, cartón y envases plásticos sin contaminantes.
Riesgos asociados y estrategias de manejo
La incorrecta disposición de estos residuos deriva en lesiones, exposiciones tóxicas y la propagación de enfermedades. Para minimizar los peligros, la OMS recomienda la aplicación de un sistema integral de gestión de residuos que incluya:
- Separación en origen mediante contenedores codificados por colores.
- Almacenamiento y transporte seguros dentro de las instalaciones.
- Tratamientos específicos según el tipo de desecho (autoclave, incineración controlada, descontaminación química, entre otros).
- Capacitación constante al personal sobre el manejo seguro de residuos peligrosos.
Un sistema eficiente de clasificación también reduce el impacto ambiental. La incineración inadecuada de ciertos materiales, por ejemplo, puede liberar dioxinas y furanos, compuestos altamente tóxicos. Por eso, optar por tecnologías de tratamiento seguras y ambientalmente responsables es vital.
Implicaciones en la práctica
La correcta clasificación y manejo de desechos sanitarios no se limita a una cuestión técnica: repercute en el ambiente, la seguridad de las personas y la eficiencia operativa de cada centro de atención.
Cuando se implementan estos criterios, se minimizan riesgos de exposición a sustancias nocivas y se evita la propagación de infecciones, beneficios que se traducen en entornos más seguros y saludables.
Asimismo, adherirse a estas directrices impulsa sistemas de control que fortalecen la sostenibilidad y la transparencia en la administración sanitaria. De esta manera, se evidencia que la adopción de las medidas repercute positivamente en la imagen institucional y en la confianza de la comunidad.
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Finalmente, fomenta el uso de nuevas tecnologías. Por ejemplo, disponer de un sistema de separación riguroso permite usar autoclaves, incineradores controlados o sistemas de descontaminación innovadores que solo funcionan bien cuando los residuos están debidamente diferenciados.
Para quienes lideran instituciones de salud, conocer y aplicar estos criterios no es solo una responsabilidad, sino una acción indispensable para optimizar recursos, prevenir riesgos, contribuir a la sostenibilidad del sistema sanitario, aprovechar nuevas tecnologías y participar en la mejora continua en las prácticas administrativas.
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