A pesar de que una de las premisas en las que se basa el funcionamiento del internet es en la pluralidad, existe una gran cantidad de regulaciones cuestionables e intereses privados que dominan su espacio.
Los llamados "foros públicos" en este medio son plataformas controladas por un escaso número de empresas y, en muchos casos, no se asemejan demasiado a espacios reales que estimulan la participación consciente de los individuos.
A pesar del grado en que filtremos nuestras preferencias, un torrente de “experiencias compartidas” nos bombardea de manera constante. En principio, se promueve la personalización, pero la gente usa preferentemente los ciberespacios populares y rechaza darles una dirección voluntaria a sus decisiones en la red.
El predominio de pocas plataformas de redes sociales y de Google como el motor de búsqueda en el que se realiza la mayor parte de localización de nuevas páginas nos hace entrever la limitación en torno a la multiplicidad ideal sobre la cual pudo haberse cimentado el internet.
Si bien es cierto que existen millones de sitios web con miles de visitantes mensuales, son gigantes como Google, Facebook y Youtube los que concentran el tráfico en línea mensual con cifras de miles de millones de visitas. La añorada diversificación de posibilidades no está aconteciendo de hecho.
Además, cabe hacer patente que muchas personas son, a grandes rasgos, ignorantes de la dimensión política de estos aspectos porque el desenvolvimiento de su cotidianidad es más importante para ellas.
El atractivo del internet es el hecho de conformar un espacio colectivo, en el sentido propio del término. Ahora, resulta inconsistente igualar “espacio colectivo” con uno controlado por un grupo reducido de actores privados o, bien, financiado con miras parciales.
Además, en la medida en que “espacio colectivo” implica la posibilidad de una participación plural -por lo menos en determinados ámbitos-, donde rigen intereses que impiden su crecimiento o pleno desarrollo, esto se encuentra lejos de materializarse.
La esfera actual de la censura y la propaganda, o el control, se remite, entonces, a las decisiones de los mismos. Fundamentalmente, la premisa del espacio colectivo fracasa, porque aunque su objetivo fuera darle cabida al uso de toda la sociedad civil, el diseño del ágora en sí pone trabas sobre la modalidad de su utilización.
Ensalzamos y defendemos valores democráticos como la libertad de prensa, el disenso y la justa competencia porque se ven amenazados con frecuencia. Necesitaríamos nuevos espacios para propiciar la participación equilibrada y un acceso verdaderamente libre a la información.
En la práctica, un espacio colectivo cuya dirección se concentra en cauces tan estrechos simplemente deberá deteriorarse hasta convertirse en una serie de regulaciones arbitrarias y en la expansión progresiva de sitios predominantes.
Mientras que el internet puro constituiría un verdadero recurso público, un popurrí de información encontrada de manera libre, aquel que conocemos consistirá en un conjunto de recursos limitados a los que la gente se verá obligada a conectarse.
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