La etimología de filosofía nos remite a dos palabras griegas: philos (amor) y sophia (sabiduría). De ahí que, literalmente, la filosofía sea el “amor por la sabiduría”.
Pero, ¿qué significa exactamente ese amor?, ¿quién ama la sabiduría: el que sabe mucho o el que necesita aprender?, ¿el que acumula respuestas o el que sigue haciendo preguntas?, ¿qué es la sabiduría?
Este tipo de preguntas son en sí mismas filosóficas y apuntan a conocer la esencia misma de la filosofía. ¡Es asombroso!
Si hemos despertado tu curiosidad, quédate, que aquí te explicamos algunas de las ideas más fascinantes en torno a lo que significa amar la sabiduría.
Origen del concepto
Un relato antiguo cuenta que, cuando el tirano León de Fliunte le preguntó al pensador Pitágoras de Samos (570 - 490 a. C.) a qué se dedicaba, este respondió que no era un "sabio", pues solo los dioses lo eran, sino un "filósofo", es decir, un "amante de la sabiduría".
Fue aquí cuando se considera que se hizo esta primera distinción entre el que sabe y el que desea saber.
De hecho, Aristóteles (384 - 322 a. C.) creía que la filosofía nace de la curiosidad y el asombro.
“Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber”
Desde sus orígenes, la filosofía surge del asombro ante el mundo y de la voluntad innata de entenderlo. Ese anhelo de saber, inherente a nuestra naturaleza, hizo que los presocráticos iniciaran racionalmente el estudio del cosmos, la ética y la ciencia.
El amor por la sabiduría como búsqueda constante
Otro hito de gran importancia en la historia de la filosofía es cuando Sócrates (470 – 399 a.C.) fue considerado por el Oráculo de Delfos el hombre más sabio de Atenas.
Sin embargo, él afirmaba ser un partero del conocimiento, por lo que, como las parteras que ya no podían tener hijos, él ya no podía dar a luz ideas, pero sí ayudar a otros a hacerlo a través de la pregunta (método mayéutico).
¿Recuerdas la famosa frase “sólo sé que nada sé”? Pues esta oración expresa claramente la condición del filósofo, quien es más sabio por darse cuenta de que es ignorante. No como aquellos que creen saber y ni siquiera advierten que no saben.
Por otro lado, su discípulo Platón (427 - 347 a.C.), en el diálogo “El Banquete”, ilustra cómo el amor (Eros) nace de la carencia y nos empuja hacia lo bello y lo bueno:
“La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello; de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría”
Hay tanto por descubrir en el universo, que ni todos los seres humanos en toda nuestra historia, incluso trabajando juntos, podríamos descifrarlo todo. Sin embargo, si supiéramos todos sus secretos, ya nada nos asombraría. Además, no poder saberlo todo no quita el sentido y disfrute de seguir explorando la realidad.
¿Se puede ser sabio, aunque no se conozca todo?
La sabiduría no es simplemente acumular información. Tradicionalmente se ha entendido como un tipo de conocimiento profundo y amplio.
Aristóteles, por ejemplo, distingue la sabiduría intelectual de la mera erudición; la primera implica comprender las causas y principios más fundamentales de las cosas, no solo conocer hechos aislados, como la segunda.
Esta perspectiva nos recuerda que quien ama la sabiduría se interesa por la verdad última de la realidad (aletheia), por descubrir cómo son las cosas realmente, más que por aceptar respuestas superficiales.
El compromiso con la verdad
La filosofía es un ejercicio de apertura intelectual. En lugar de imponerse una idea fija, el amante de la sabiduría permanece dispuesto a cambiar de opinión ante nuevos razonamientos o puntos de vista.
Aquí entra en juego el pensamiento crítico: la filosofía promueve habilidades como la lógica, la reflexión y la duda razonable para examinar ideas. Formular preguntas precisas y evaluar argumentos son herramientas esenciales.
Como señala el enfoque de la filosofía contemporánea, se trata de desarrollar la capacidad de cuestionar todo lo dado, así como examinar las creencias propias y ajenas con rigor.
La pregunta misma es aliada del sabio, porque por medio de la interrogación cuidadosa se discierne el conocimiento verdadero y se descartan las meras apariencias.
En resumen, la sabiduría implica un compromiso con la verdad que va más allá del simple conocimiento; es un aprendizaje activo, crítico y reflexivo.
Filosofía y vida cotidiana
En la práctica, este amor se cultiva leyendo, conversando y sobre todo preguntando. Mantener viva la llama del asombro puede ser tan sencillo como fijarse en los pequeños detalles del mundo, hacerse preguntas sobre ellos y buscar respuestas.
Un filósofo en ciernes puede comenzar cuestionando las suposiciones que damos por sentadas: ¿por qué valoro esto? ¿qué significa realmente esa idea? Esta actitud crítica, aplicada incluso a situaciones comunes (una discusión familiar, una noticia, una obra de arte), modifica la rutina en una oportunidad de aprendizaje.
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El filósofo cotidiano escucha opiniones distintas con atención y somete a examen sus propias creencias; de este modo, cada experiencia puede enriquecer el conocimiento y la sabiduría personal.
Hay quien se pregunta si ese amor a la sabiduría conduce a la felicidad. Los antiguos griegos vinculaban la filosofía con la eudaimonía, es decir, la vida buena. Aunque no garantiza placeres triviales, suele aportar satisfacción íntima y serenidad mental: saber más de uno mismo y del mundo trae un sentido de plenitud.
Para finalizar, amar la sabiduría invita a la responsabilidad social y por ello comparte con los demás los frutos de su investigación a través de la enseñanza. Como escribe Federica Puliga, la filosofía es “la búsqueda de la verdad como horizonte vital” debe ser “un modo de vida al servicio de los otros”.
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Referencias:
- Aristóteles. (2003). Metafísica (J. García Norro & A. León, Eds. y trad.). Editorial Gredos.
- Platón. (2011). Diálogos completos (T. Calvo Martínez, Ed. y trad.). Editorial Gredos.
- Puliga, F. (2018). La filosofía como vocación: la vida como amor a la sabiduría. Revista de Filosofía Open Insight, 9(17), 99–129. Centro de Investigación Social Avanzada. https://doi.org/10.23924/oi.v9n17a2018.pp99-131.288
- Sumiacher, D. (2018). Prácticas filosóficas críticas y creativas. Universidad de Concepción.
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