La sociedad en general desconoce qué hacemos a ciencia cierta los filósofos. Muchas personas creen que la filosofía es un saber meramente teórico y que los filósofos somos tan eruditos como inútiles. Por tanto, parecería que sobra la pregunta “¿para qué sirve la filosofía?”. Esto se debe a que se desconoce que las capacidades que brinda la filosofía —rigor analítico, capacidad crítica, destrezas argumentativas y dialógicas— son indispensables para cualquier persona.
Si bien eso no significa que todo mundo deba dedicarse a la filosofía, sí ha de incluirse en cualquier proyecto educativo interesado en construir una sociedad más reflexiva, libre, activa, propositiva, y dispuesta a contribuir con el desarrollo de la ciencia, la cultura y las humanidades.
La labor filosófica es entonces extraordinariamente importante en el ámbito educativo, pero no se limita a éste. La filosofía puede incidir en la enorme variedad de debates en el espacio público y en la discusión de las distintas interrogantes que se derivan de los avances científicos y tecnológicos.
¿Dónde está la filosofía?
El mundo filosófico es variopinto. Se hace filosofía desde la academia y existe —imposible negarlo— una fuerte tendencia a creer que la universidad y los institutos de investigación son los ámbitos más propicios para la labor filosófica.
El filósofo ‘profesional’ discute variedad de temáticas relacionadas con ramas como la lógica y la metafísica, la epistemología y la filosofía de la ciencia, la ética y la filosofía política, entre muchas otras. Trabaja con una metodología rigurosa que le permite entender y analizar diversos problemas, reconocer sus aristas, proponer nuevas formas de entenderlos y enfocarlos y, en varios casos, sugerir y generar alternativas para su posible resolución.
El corazón de esa metodología es el análisis lógico y argumentativo. Sin embargo, la filosofía recurre con bastante frecuencia al análisis lingüístico y se interesa en otros saberes como la historia y la filología, la psicología y la sociología, el arte y la literatura, y también las ciencias experimentales.
Si bien la filosofía posee su propia metodología es, en realidad, una disciplina flexible y abierta a la interacción con muchos otros ámbitos del saber y de la existencia. En los últimos años, algunos filósofos han revivido un viejo debate acerca del compromiso social de la filosofía.
En la República de Platón ya aparecen algunos pasajes en donde se discute si los filósofos deben aislarse o participar activamente en los asuntos públicos. En la actualidad algunos se preguntan si la filosofía debe resguardarse en los recintos académicos discutiendo problemas sofisticados y relevantes exclusivamente para los especialistas o si, por el contrario, debe renunciar a las limitantes de la academia y preocuparse por influir en la esfera pública contribuyendo de este modo al desarrollo democrático y a la orientación del gobierno y la sociedad. Existen muchos puntos de vista al respecto.
A mi juicio, la filosofía no debe deslindarse absolutamente del mundo académico: la discusión entre pares, las publicaciones especializadas, la creación de redes de investigación, favorecen el propio progreso filosófico, así como el científico y el cultural, además de que han contribuido a la conformación de una comunidad filosófica más seria y competente.
Debemos cuidar, sin embargo, que la labor filosófica no se convierta en un academicismo estéril y narcisista. La filosofía es también un modo de vida y puede iluminar bastante las diversas dimensiones del quehacer humano. Las aptitudes del filósofo son particularmente necesarias en una sociedad cambiante que día con día enfrenta retos y dificultades de enorme complejidad.
La filosofía intenta hallar respuestas a los problemas capitales de los seres humanos. Me refiero a un espectro muy amplio que abarca desde la pregunta por el sentido de la vida hasta el funcionamiento de la sociedad y el ejercicio de la política, los desafíos del mundo pluricultural y la diversidad de creencias o el análisis crítico ante fenómenos como la violencia y la desigualdad, la injusticia y la corrupción. El enfoque correcto y la comprensión adecuada de los problemas permite la articulación de propuestas e iniciativas desde las cuales pueden elaborarse rutas o alternativas de solución.
Los filósofos, cualificados para el análisis de diversos tipos de información, pueden orientar a la hora de enfrentar los retos y dificultades que se presentan en el mundo actual. Pueden también ayudar a integrar distintas formas de pensar y de aproximarse a una realidad multifacética, inestable y global. Además, pueden proponer parámetros coherentes de acción. En este último sentido, la ética se ha vuelto una disciplina filosófica cada vez más necesaria en todas las esferas de la actividad humana.
Cómo y en dónde pueden actuar los filósofos
Las aptitudes dialógicas y argumentativas que proporciona la filosofía pueden contribuir al fomento de la empatía y de una serie de habilidades discursivas que posibiliten acuerdos y mayor armonía en la diversidad. Las destrezas dialógicas ayudan también a reconocer aquellos casos en donde predomina el disenso y, en consecuencia, necesitamos ser más tolerantes y mejor dispuestos a aprender a convivir entre tensiones y desacuerdos.
La tecnología ha revolucionado las formas de aprendizaje y se requiere el apoyo de alguien cualificado para revisar crítica y cautelosamente los nuevos procesos cognitivos y la transmisión de información. De nuevo, las aptitudes de los filósofos para abordar, comprender y enfocar los problemas en este caso, es muy pertinente para que las personas aprendan a pensar, a clasificar distintos datos y a enfrentar problemas inesperados. Además, la aplicación de las nuevas tecnologías requiere de parámetros éticos y humanistas que los filósofos pueden proponer.
Las discusiones generadas alrededor de las políticas públicas en terrenos muy controversiales se dan, por lo general, sin demasiada orientación ética y antropológica, sin considerar un panorama interdisciplinario y sin establecer las condiciones conceptuales y argumentativas que permitirían un debate razonado.
Los filósofos pueden trabajar en el asentamiento de las bases necesarias para mejorar la calidad del debate público e incluso fungir como mediadores en las tensiones políticas y sociales. Pueden hacerlo, también, participando en asociaciones dedicadas a tratar directamente con distintos sectores vulnerables y marginados (los pobres, los ancianos, los migrantes, las víctimas de violencia, etcétera). Muchas asociaciones necesitan el apoyo de personas flexibles, creativas y con una formación cabalmente científica, que dé fundamentación y argumentos a sus planteamientos, propuestas, objetivos y acciones.
La filosofía es también un instrumento idóneo para el fortalecimiento de nuestra cultura cívica y democrática. Nos interpela como individuos y como sociedad. Nos incita a preguntarnos por el sentido del mundo, de la vida y de nuestras relaciones con los demás seres humanos.
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