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Escrito por Universidad Panamericana en línea
en octubre 20, 2025

Sócrates es quizá la figura histórica más conocida de la filosofía de Occidente. Es el filósofo por antonomasia y un maestro de la sabiduría tanto de forma teórica como práctica. 

Fue aquel que prefirió perder la vida antes que traicionar la coherencia entre sus palabras y sus actos, y aunque no escribió ni una sola línea, es citado con la misma constancia que Homero o Aristóteles. 

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Platón, uno de sus discípulos, se encargó de representar su voz en Los Diálogos; Aristóteles lo reconoció como el origen de una nueva forma de pensar, inspiró a las escuelas helenísticas y hasta los modernos como Hegel y Nietzsche lo catalogan como mentor o adversario. 

La epistemología, la política, la lógica y, sobre todo, la ética, llevan la huella de este ateniense que iba descalzo por las calles cuestionando a todo el que se cruzara con él. ¿En qué consistía esa ética que sigue impulsando a las personas a filosofar?

 

Una breve biografía de Sócrates

Nació en Atenas hacia el año 470 a. C. Su madre, Fenáreta, era partera; su padre, Sofronisco, un escultor. De esa doble herencia, entre el arte manual y el arte de traer vidas al mundo, surgió una metáfora sobre su método de enseñanza: así como su madre ayudaba a dar a luz, él sería un partero, pero del conocimiento.

De joven fue soldado y participó en la Guerra del Peloponeso. Jenofonte y Platón cuentan que combatió con valor en Potidea y en Delio, donde incluso salvó la vida de Alcibíades, su amigo y pupilo. 

Esa experiencia bélica lo mostró como alguien capaz de soportar el frío, la fatiga y el miedo sin quejarse. Esa disciplina corporal se fusionó después con la firmeza intelectual que mostraba en el Ágora, es decir, en la plaza pública. Después se dedicó al pensamiento y tuvo por maestra de filosofía a Diotima de Mantinea. 

 

Un buen día, su amigo Querofonte preguntó curioso al oráculo de Apolo quién era el hombre más sabio de Atenas. La respuesta sorprendió a todos: “Nadie es más sabio que Sócrates”. 

El propio Sócrates quedó asombrado, ya que se preguntaba: “¿cómo podría ser yo el más sabio, si no sé nada?” Pero al menos sabía eso: que era ignorante

Entonces se dedicó a solucionar el enigma del dios. Se propuso examinar a políticos, poetas, artesanos y sofistas para comprobar quién poseía auténtica sabiduría. Descubrió que todos creían saber, pero no se daban cuenta de que incluso ignoraban su propia ignorancia. 

De esta anécdota salió su famosa ironía: “solo sé que no sé nada”, una sentencia que, aunque no dijo textualmente, resume bien su pensamiento.

 

Templo de Apolo en Delfos hoy

 

El método socrático: la mayéutica

Su método para filosofar era la mayéutica, que significa literalmente “dar a luz”. Consiste en preguntar, analizar el argumento y preguntar de nuevo

Con ella no buscaba transmitir sus pensamientos, sino obligar al interlocutor a que generara sus propias ideas y las examinara para saber si eran buenas ideas o reconocer sus contradicciones o errores. 

Un ejemplo es el que aparece en el diálogo de La República. En este, Sócrates pregunta qué es la justicia, a lo que Céfalo responde que consiste en decir la verdad y devolver lo que se debe; Polemarco sostiene que es ayudar a los amigos y dañar a los enemigos; y Trasímaco afirma que es favorecer al más fuerte. 

Sócrates cuestiona cada una de estas respuestas y revela sus contradicciones: decir siempre la verdad no siempre es justo, dañar a otros nunca puede ser una virtud, y el gobernante verdadero no busca su propio beneficio, sino el bien común

 

El intelectualismo moral

Sócrates sostenía que nadie obra mal voluntariamente: cuando alguien actúa injustamente, lo hace porque ignora en qué consiste el bien. Esto es lo que se conoce como “intelectualismo moral”. 

En el diálogo Protágoras llega a la idea de que, si un hombre elige lo que le perjudica, es porque se engaña creyendo que es bueno. Para Sócrates, conocer el bien implicaba necesariamente practicarlo. La virtud es un saber práctico que guía la vida.

Aquí aparece la diferencia entre “bien” y “virtud” en su pensamiento. El bien es aquello que, una vez comprendido, orienta la acción correcta; la virtud es la capacidad de vivir conforme a ese conocimiento

 

El tábano de Atenas

Con su manera tan astuta de interrogar y desenmascarar, Sócrates se autodenominó como un tábano (un insecto grande parecido a la mosca) que picaba a la ciudad para mantenerla “despierta”. 

No hacía distinción, ya que preguntaba tanto a niños como a esclavos, a ciudadanos influyentes y hasta a los sofistas que se enorgullecían de poseer y vender la sabiduría. 

Su ironía y su capacidad para demostrar la ignorancia de los demás lo volvieron una persona muy incómoda para los aristócratas de su tiempo, porque, ¿qué valen las herencias o los cargos políticos si no se actúa con ética y raciocinio?

No es extraño que, con el tiempo, su figura despertara envidias y rencores. Algunos lo admiraban como maestro y otros lo ridiculizaban (como en la comedia Las Nubes de Aristófanes, donde aparece como un charlatán que engaña con discursos enrevesados). 

 

El juicio contra Sócrates

En el 399 a. C. fue llevado a juicio bajo dos acusaciones: corromper a la juventud y por impío, es decir, no seguir a los dioses de la ciudad. A sus setenta años, compareció ante un jurado de quinientos atenienses. 

No contrató a ningún orador profesional, como era habitual, sino que habló él mismo en su defensa. Es lo que conocemos como la Apología de Sócrates

Frente a la acusación de impiedad, argumentó que sí creía en lo divino. Incluso invocó a su daimon, esa voz interior que lo detenía cada vez que iba a cometer un error de juicio. Era, para él, la señal de que la divinidad estaba presente en su vida y que obraba bien al hablar con la verdad

Además, si Apolo lo nombró el hombre más sabio, era su deber el designio del dios, por lo que, de hecho, obraba como los dioses querían.

Frente a la acusación de corromper a los jóvenes, replicó que lo único que hacía era dialogar con ellos, estimularlos a pensar. Si los atenienses creían que esto era un ejercicio de corrupción, entonces estaban confundiendo lo valioso con lo peligroso. 

“Una vida sin examen no merece ser vivida”.

 

La sentencia y la cicuta

El jurado lo declaró culpable. Luego vino la segunda parte del juicio que consistió en definir la pena. Primero se le sugirió el exilio y el dejar de filosofar. Pero el filósofo mencionó que no podría hacer eso, porque sería fallar al dios Apolo y fallarse a sí mismo y su vocación. 

Sus acusadores entonces propusieron la muerte. Sócrates, con la ironía que lo caracterizaba, sugirió como castigo recibir manutención en el Pritaneo, el edificio donde Atenas honraba a sus benefactores, pues, según él, hacía un bien al pueblo al ayudar a los ciudadanos a pensar. 

Finalmente, la votación dictó la condena: beber la cicuta ante el público, un poderoso veneno que daría fin a su vida.

Hubiera podido salvarse. Sus amigos le ofrecieron pagar una multa o ayudarlo a huir en secreto de la cárcel. Critón, uno de sus discípulos más leales, le insistió en escapar. Sócrates se negó

En el diálogo Critón explica el porqué: romper las leyes de la ciudad, incluso injustas, sería traicionar su compromiso con la justicia. El que ha dedicado su vida a enseñar respeto por las normas no puede, al primer tropiezo, violarlas.

 

Pintura con Sócrates y discípulos antes de beber cicuta

 

La muerte de Sócrates

En el Fedón, Platón describe las horas finales de su maestro. Sócrates conversaba con sus amigos sobre la inmortalidad del alma. 

Explicaba que la filosofía es una preparación para la muerte y que no hay razones para temerle, puesto que, si hay vida después, es posible conversar con los antiguos sabios, y si no, es como un sueño eterno, cuya duración no se siente. 

Cuando llegó el momento, bebió la copa con serenidad. Caminó un poco hasta que el veneno paralizó sus piernas. Sus últimas palabras, dirigidas a Critón, fueron: Debemos un gallo a Asclepio, no lo olvides

Asclepio era el dios de la medicina, por lo que la frase se ha interpretado como un agradecimiento. La muerte era para él la cura definitiva a la enfermedad del cuerpo que aprisionaba su alma.

Más allá de las interpretaciones, este pasaje muestra la coherencia de toda su vida: vivir sin concesiones y asumir la consecuencia de sus ideas. Es este el ethos o carácter virtuoso de uno de los más grandes maestros de la historia de la humanidad.

 

El legado filosófico

El ejemplo de Sócrates marcó a Platón, que convirtió a su maestro en protagonista de la mayoría de sus diálogos. Para él, la ética socrática fue el cimiento sobre el cual construiría su teoría de las Ideas. Aristóteles, aunque crítico con ciertos aspectos, heredó la convicción de que la filosofía debía guiar la acción humana. 

Las escuelas helenísticas, conformadas por los cínicos, los estoicos, los escépticos y los epicúreos, vieron en Sócrates el modelo de un sabio que enfrenta la adversidad sin perturbar su alma (ataraxia). Cabe destacar que cada una de estas corrientes se concentró en la filosofía ética, en la búsqueda del mejor modo de vivir.

 

Sócrates hoy

La ética de Sócrates, entendida como el arte de vivir para conocer el bien, la belleza y la verdad, así como prepararse para la muerte, sigue despertando interés en la actualidad. En la era de la información y la opinión mediática, hace falta reflexionar, autoexaminarse, dudar y reconocer nuestra ignorancia

La mayéutica sigue siendo un método pedagógico vigente para cuestionar prejuicios, dialogar con rigor y buscar coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos. 

Es la principal herramienta de las prácticas filosóficas, un modelo emergente para llevar la filosofía a todas las edades y todos los espacios, como el mismo filósofo hacía en la plaza pública.

Su actitud ante la muerte tampoco es olvidable: nos plantea cómo enfrentar con dignidad lo inevitable. Inspiró a Platón y a Aristóteles, pero también sigue inspirando y despertando con su agudo aguijón nuestras mentes para pensar por nosotros mismos y construir un carácter virtuoso.

Relacionado: ¿Nos espera algo después de la muerte?: lo que dicen los filósofos

 

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Referencias:

  • Blackburn, P. (2006). La ética. Fundamentos y problemáticas contemporáneas (J. J. Utrilla Trejo, Trad.). Fondo de Cultura Económica. 
  • Colbert, J. G. Jr. (2007). El intelectualismo ético de Sócrates. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra.
  • Gómez, M. E., & Pereda, T. B. (2009). Sócrates, una vida para la verdad. Cuadernos de Pensamiento, 22, 263-304. Fundación Universitaria Española. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=693773290008
  • MacIntyre, A. (1991). Historia de la ética (R. J. Walton, Trad.). Editorial Crítica. 
  • Salvador Ale, P. (2010). Sócrates o la permanencia de la verdad universal. Comisión de Derechos Humanos del Estado de México. https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv
  • Tovar, A. (1947). Vida de Sócrates. Revista de Occidente.

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