Estudiar en Hogwarts es quizá una de las fantasías que casi toda la generación millenial alguna vez tuvo (o sigue teniendo). Con las debidas proporciones, mi paso por la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana satisfizo gran parte de ese sueño millenial. Y es que la vida de un estudiante de filosofía tiene no pocos paralelos con la formación de un estudiante del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. La analogía es aún más potente en la Facultad de Filosofía UP, ubicada en el edificio de Chancellor, lleno de intrincados pasillos y escaleras que recuerdan las escaleras movedizas del castillo de Hogwarts.
Así como la academia de magia está dividida en casas, toda escuela de Filosofía tiene sus ‘casas dominantes’. En el caso de Filosofía UP, podemos dibujar una equivalencia con las cuatro afinidades filosóficas predominantes en la facultad. El lugar de Gryffindor, la casa de la pasión y la valentía, lo ocupan los aristotélico-tomistas, defensores de que la realidad puede conocerse y cambiarse, y además, que vale la pena hacerlo. La casa de Ravenclaw, en la que se prioriza la inteligencia, el ingenio y la curiosidad intelectual, es muy afín al platonismo, en el que el mundo de las ideas prima sobre el mundo de la realidad material. La casa de Hufflepuff, cuyos miembros se caracterizan por su sentido de justicia, lealtad y apego a las reglas, parece un copy-paste de la doctrina kantiana, en la que existe un deber moral inviolable al que todo ser racional debe sujetarse, el imperativo categórico. Y finalmente, la casa de Slytherin, de orientación práctica y con un potente énfasis en la ambición, astucia y el liderazgo, tiene no pocos paralelos con las filosofías utilitaristas y nihilistas, y en particular con la noción nietzscheana del superhombre, que supera las limitaciones morales predominantes y genera su propio esquema de valores.
Pero los paralelismos no terminan ahí. Quizás sea forzar la analogía, pero también los profesores de filosofía parecen estar modelados con vistas al claustro de Hogwarts (¿o viceversa?). En el mundo de la filosofía, el profesor de Lógica y Argumentación ocupa el lugar del profesor de Defensa contra las Artes Oscuras. En lugar de los magos oscuros, el enemigo son las fake news, los argumentos deficientes y los conjuros populistas. Los hechizos para desactivarlos son el modus ponendo ponens y el tollendo tollens. Aprendimos de memoria la lista medieval de silogismos válidos, desde Barbara hasta Ferison: fórmulas mágicas en contra de los razonamientos inválidos.
Estudiar a Tales, Anaxímenes, Anaxágoras y Empédocles con el profesor de Cosmología fue como tomar una clase de Pociones, donde buscábamos destilar los ingredientes de la realidad. Para Tales es el agua, para Anaxímenes, el aire, y para Empédocles, los cuatro elementos movidos por las fuerzas del amor y el odio. Y las clases de latín me parecieron una sesión de Encantamientos, donde la profesora nos enseñaba la pronunciación correcta de fragmentos arcanos y crípticos (para mí, aprender griego antiguo fue como aprender pársel).
En el mundo ficticio de J.K. Rowling, las habilidades mágicas aparecen de repente y exigen de formación y calibración para explotarlas al máximo y en beneficio de la sociedad. Del mismo modo, la vocación filosófica emerge repentinamente y se vuelve necesario explorarla y cultivarla. Una vocación filosófica ignorada es un desperdicio gigantesco. El filósofo podrá dedicarse a muchas profesiones, pero se distingue siempre por proveer una perspectiva amplia y crítica.
Al final de la saga, Harry Potter se termina dedicando a una de las profesiones más respetadas del mundo mágico: la de auror, guardián del buen uso de la magia. En nuestro mundo, los filósofos son los guardianes del buen uso de la potencia humana más grande: la mente.
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