No hay manera de que la gente pueda familiarizarse con el lenguaje político sin educación. Nuestra realidad es compleja y no puede esperarse que la gente simplemente trascienda de la ignorancia al entendimiento sobre política sin recibir conocimiento alguno.
Existe una buena razón por la que los jóvenes tienden a acudir menos a las urnas que sus contrapartes mayores. No han tenido tiempo de interesarse lo suficiente por la repercusión de la política en su vida cotidiana y no se han visto obligados por sus experiencias personales a conocer más sobre este tema.
¿Por qué educar a los jóvenes en política?
¿Y por qué habrían de hacerlo? La mayor parte de las políticas probablemente no los afectarán durante algún tiempo y además la política suele parecer bastante compleja desde el exterior.
No podemos esperar que las personas jóvenes inviertan una fracción de su tiempo en tales cosas sin ninguna clase de orientación. Debe educárseles y tal iniciativa debe partir de la escuela.
No se sugiere que deba enseñárseles los entresijos de la política fiscal del gobierno a adolescentes de 13 años, sino que los estudiantes jóvenes deberían saber qué es el gobierno, qué hacen los funcionarios y cómo funciona todo el sistema, incluso en el nivel más básico.
Así, más tarde en su trayecto de aprendizaje, podrían reconocer la relevancia de asuntos como la finalidad de la aprobación de los proyectos de ley, el funcionamiento de las elecciones, los principios del servicio público y cómo todo se relaciona con ellos, en tiempo real, mientras se aventuran a salir al mundo.
Lo que seguiría sería una nueva era de la política en la que todos tendrían la posibilidad de conocer verdaderamente cuanto sucede.
No sería indispensable que se interesaran apasionadamente por la política, pero al menos poseerían las herramientas fundamentales para poder formarse opiniones razonadas por su cuenta, resistir con bases la influencia de los demás y de los medios, y sustentar dichas opiniones.
Algunas posibles consecuencias de la educación política
La implementación de una educación política obligatoria aumentaría, en pocos años, el número de jóvenes en las urnas y el compromiso político en su conjunto, así como disminuiría los niveles de desinformación que parecen permear nuestro panorama político actual.
Cabe decir que se vuelve difícil mentirles a las personas que saben tanto como uno y también afirmar que alguien no sabe de lo que está hablando cuando tiene la misma formación en un tema.
Si, en primera instancia, todos los ciudadanos pudieran desempeñar su labor desde un punto de partida ligeramente más informado, al menos se construiría una sociedad con una comprensión mucho más sólida del quehacer político.
Los desacuerdos continuarían siendo comunes, como deben serlo siempre para que la democracia tenga sentido, pero éstos se resolverían en un campo de juego mucho más nivelado.
Un electorado con educación en política se hallaría en mejores condiciones de exigir que los funcionarios rindieran cuentas, lo que a su vez los obligaría a erradicar cualquier información errónea o las tácticas clandestinas en sus operaciones, lo que tendría como consecuencia un sistema más saludable y más eficiente.
No sólo esto, sino que los individuos políticamente conscientes, aquellos que no pudieran confundirse o desorientarse con facilidad en dicho ámbito, tendrían muchas más probabilidades de acudir a las urnas y asumir un papel activo en el proceso político.
La educación mejora todo. ¿Por qué no exigir un conocimiento elemental en educación política, que, con toda probabilidad, tendría un efecto muy evidente en la vida de la mayoría de las personas?, independientemente de los caminos que decidieran tomar después de graduarse
La educación mejora todo y la política está en todas partes. Entonces, quizás debería dársele prioridad a unir ambas y evaluar los resultados. Sin lugar a dudas, algo bueno sobrevendría de ello.
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