La idea de que la ética tiene algo que ver con la política es a menudo recibida con cierto grado de escepticismo.
Pero podría sugerirse que hay dos arenas donde entra en juego la ética de los políticos. En primer lugar, en su labor política: cuando dejan a un lado sus escrúpulos personales para lograr objetivos nobles y deben incursionar en tratos cuestionables para conseguirlos.
La otra arena sería, por supuesto, su vida privada: como en la evidencia de escándalos personales y otros comportamientos suyos poco éticos que llegan a salir a la luz.
Para decidir cómo juzgar a los políticos que practican cualquiera de estas actividades, podemos recurrir a un debate filosófico entre "realismo" y "moralismo”.
Perspectiva realista
En la filosofía política, los realistas abordan la política como un mundo distinto al de la vida cotidiana, donde tienen vigencia valores diferentes. Por el contrario, un moralista cree que ahí deben aplicarse los mismos estándares éticos, u otros aún más altos, que en el ámbito común.
Dentro de la visión realista se considera que los estándares éticos correctos para los políticos son específicos del ejercicio de la política. Es decir, para alcanzar fines políticos beneficiosos para toda una sociedad es indispensable soslayar los límites de una moral convencional, aplicables en un nivel menos crítico para la colectividad.
Esta idea guarda un eco con la exhortación maquiavélica de que el líder político debe “aprender a no ser bueno”.
Entonces, de acuerdo con el realista, deberíamos respaldar a los funcionarios políticos que están preparados para involucrarse en “tratos sucios”, de ser necesario, en busca de objetivos políticos positivos para el bien de una comunidad.
Una visión moralista en torno a dicha tendencia en su actuación insistiría que nunca conviene tolerar a aquellos funcionarios dispuestos a sacrificar sus principios morales a nivel personal aún cuando su meta sea obtener resultados favorables.
Sin embargo, esta opinión parece poco sólida y coherente para quienes tienen en cuenta que aun en el terreno de la vida cotidiana a veces resulta aceptable apoyarse en medios como los indicados para lograr buenos fines, lo cual se hace especialmente notable en los casos que incluyen situaciones con un dilema de acción.
Perspectiva moralista
Para el realista, que sostiene que la política tiene su propio conjunto de estándares éticos, podemos juzgar al actor sórdido cuando este comportamiento se interpone en el camino de sus objetivos políticos, pero no por las resoluciones elegidas en sí.
Según el punto de vista moralista deberíamos tratar de evaluar al político por su adhesión a estándares éticos dentro de su desempeño público, sin referencia a los que mostrara en su vida personal.
Sin embargo, también establece que es más probable que alguien con una vida privada cuestionable traduzca tal comportamiento en la esfera política; por ejemplo, en el uso de su gobierno para fines egoístas, como en el enriquecimiento ilícito y la promoción indebida de socios y amigos.
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Para el moralista, lo anterior importa, ya que un juicio y un carácter deficientes en la vida personal suelen ser prueba -con escasas excepciones- de una ética deficiente en el resto de las decisiones.
No obstante, más allá del énfasis en la probabilidad es relevante puntualizar que la perspectiva moralista no critica a los políticos por los estragos en su vida personal, sino por su conducta dentro de su función pública.
¿A quiénes darles la razón?
El debate ético entre ambos enfoques no se resolverá pronto. Pero podríamos someter a duda si la postura del "buen político”, alguien capaz y recto en su respectivo cargo y malintencionado sólo en su vida personal, realmente puede existir.
Los políticos que no son personas éticas en su vida privada pero no en el cargo son raros. Un carácter ético negativo puede interponerse en el camino de la competencia, y los políticos no son más hábiles que el resto de nosotros para activar y desactivar sus rasgos de carácter en el trabajo.
Entonces, bien podrían ser los moralistas, y no los realistas, quienes de hecho son más realistas cuando consideran el carácter ético privado como un indicador de cómo se comportarán los políticos en el cumplimiento de su función. Pero la cuestión no quedará resuelta pronto.
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